La diversión, un signo distintivo de la época
Hay razones para sospechar que en una civilización como la nuestra, centrada en el bienestar material, el entretenimiento se ha convertido en un valor que ocupa el centro de la escena.Así lo cree, al menos, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien justamente ha formulado la tesis de que vivimos "bajo el signo de la diversión".El solaz, el esparcimiento, el humor y demás, son perfectamente legítimos, aclara el pensador liberal. El problema es cuando este ideal deviene en valor supremo al punto de convertirse en factor de alienación general.Los síntomas inesperados de esta hegemonía, dice, están a la vista: "La banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo".¿Qué ha ocurrido en Occidente para que se consolide una civilización light que lleva a olvidar que la vida no sólo es diversión sino también "drama, dolor, misterio y frustración"?En artículos aparecidos en el diario El País, de España, el escritor latinoamericano sostiene que tras la Segunda Guerra Mundial, luego de esa etapa durísima, siguió un período de extraordinario desarrollo económico, gracias a lo cual se intensificó la movilidad social ascendente.Ahora bien, el escritor da a entender que el bienestar, que es algo deseable, no basta en sí mismo para satisfacer los anhelos humanos. De su seno emerge el tedio, una afección que aunque antiquísima y universal, se expande por doquier.Estaríamos en presencia, por tanto, de un subproducto psico-espiritual de la sociedad del bienestar y del consumo. En este contexto "divertirse" consiste básicamente en "escapar del aburrimiento", sostiene Vargas Llosa, para quien aquí radica "la pasión universal" de los contemporáneos."De este modo, sistemático y a la vez insensible, no aburrirse, evitar lo que perturba, preocupa y angustia, pasó a ser, para sectores sociales cada vez más amplios de la cúspide de la pirámide social, un mandato generacional, eso que Ortega y Gasset llama 'el espíritu de nuestro tiempo', el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo, y cada día más", afirma.Algunos filósofos han insistido en el carácter cósmico y radical del hastío. Arthur Schopenhauer (1788-1860), catalogado como el "maestro del pesimismo", ha dicho que la felicidad humana tiene dos enemigos: el dolor y el aburrimiento.Nuestra vida representa, en realidad, una oscilación más o menos fuerte entre ambos. "La necesidad y la privación engendran el dolor; en cambio, el bienestar y la abundancia hacen brotar el tedio", refiere el filósofo alemán, al cual no se le escapaba la consecuencia sociológica de su teoría.Aunque formulada en el siglo XIX, esta teoría interpela a las sociedades opulentas del actual capitalismo, que se vanaglorian de haber derrotado el terror inherente a las penurias materiales.¿Cómo hace el hombre contemporáneo, que ha superado los dolores de la miseria material, para no ser atrapado por la enfermedad del hastío?Se diría que la felicidad, suponiendo que existiese un estado así, consistiría en estar protegido del tedio.Contesta Vargas Llosa: la llamada industria cultural, el sofisticado aparato montado para el entretenimiento y diversión del público moderno, presta hoy un servicio estratégico en orden a "matar el tiempo".Esta pasión universal por la diversión, que nace del deseo de lidiar con el aburrimiento, atraviesa no sólo las existencias individuales, sino que afecta el núcleo de la cultura, contaminada por lo trivial y la superficialidad de contenidos.El protagonismo que alguna vez tuvieron filósofos, escritores, científicos y teólogos, ha declinado en favor de estrellas de televisión, deportistas, modistos y animadores de la gran industria del espectáculo y de la diversión.
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