La duda acerca de quién manda en la globalización
Desde hace tiempo entre los analistas internacionales existe la presunción de que al sistema mundial le falta un centro desde donde se tomen decisiones deliberadas y autónomas.En el antiguo imperio romano, que abarcó extensos dominios territoriales, el César ejercía el mando en plenitud. Las personas y los pueblos quedaban bajo el alcance de su influjo autoritario.Dicha autoridad era un principio de unificación. Se sabía, en suma, dónde estaba el poder y quién lo ejercía. Se diría que la globalización romana, más allá de sus tensiones internas, tenía un gobierno reconocible.Este esquema perduró durante siglos, más allá de los cambios en el mando. La modernidad coincidió con la soberanía de los Estados. La política y sus líderes, conducían los acontecimientos dentro de un territorio.La geografía mundial también quedaba sometida a la sujeción de algún poder, o conjunto de ellos, con capacidad para influir en el conjunto. Pero de un tiempo a esta parte, la realidad del poder se ha licuado, al punto que instala la duda sobre su existencia.Hay ensayistas de la globalización que vienen postulando, desde hace tiempo, que ni los políticos ni los altos ejecutivos de las grandes trasnacionales poseen un real poder de decisión. Tampoco los llamados organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU).En todo caso, lo que estos "líderes" harían es gesticular un poder que no poseen. La actual inestabilidad mundial, asociada a una crisis económica laberíntica, acentúa la sensación de simulacro dirigencial, mientras los acontecimientos se disparan siguiendo una dinámica propia.¿Quién ejerce el liderazgo en el mundo? ¿Cómo y dónde se toman las decisiones que le dan dirección a los eventos del presente, y que condicionan el futuro?En su habitual columna del diario español El País, Moisés Naim, un especialista en asuntos internacionales, firmó un artículo con el sugerente título "El fin del poder".Allí postula que lo que tienen en común el calentamiento global, la hecatombe de la eurozona y la masacre de Siria es que, pese a que hay ideas sobre lo que se debería hacer, nadie hace nada, y cada una de estas crisis sigue una rauda carrera al precipicio."Es como ver una película en cámara lenta, en la que un ómnibus lleno de pasajeros se dirige hacia el abismo y su conductor no frena ni cambia la dirección", dice Naim.Aunque aclara que se trata de una metáfora defectuosa ya que parte del supuesto de que existe un conductor con el poder de cambiar el curso de los acontecimientos, y la realidad no indica que eso exista."Estas tres crisis son una manifestación de una tendencia que va más allá de ellas mismas y moldean muchos otros ámbitos: el fin del poder", dice provocadoramente.Pero corrige: "Esto no significa que el poder vaya a desaparecer o que ya no haya actores con inmensa capacidad de imponer su voluntad a otros. Significa que el poder se ha hecho cada vez más difícil de ejercer y más fácil de perder. Y que quienes tienen poder hoy están más constreñidos que sus predecesores".Luisa Corradini, corresponsal en Francia del diario La Nación, en un reciente artículo, incursionó en la misma temática de la falta de liderazgo ante el carácter insoluble de las crisis globales."En unos pocos años, el mundo pasó de una entusiasta exaltación por el multilateralismo a las frustraciones más profundas provocadas por una suerte de vacío de poder en crisis agobiantes", escribió.Los Estados, los políticos, los altos ejecutivos, las cumbres y programas, parecen mostrarse impotentes (adjetivo que significa falta de poder, fuerza y potencia para hacer algo) ante eventos y situaciones que se revelan ingobernables.Quienes hoy detentan el poder formal a nivel global, en lugar de conducir los hechos, parecen plegarse a su dinámica. Los politólogos describen el escenario como una "crisis de gobernanza" del sistema mundial.
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