La duda sobre el valor de las cosas
El mercado reúne a compradores y vendedores. Y el nexo entre la "demanda" y la "oferta" lo constituye el precio. Pero el valor de los bienes, en el actual contexto inflacionario, es confuso y hasta aleatorio.Un supermercado, por ejemplo, publicita que por la compra de dos unidades de un mismo producto, en determinado rubro y día, el consumidor se beneficia con un 60% de descuento en la segunda unidad.La pregunta que cabría hacerse es: ¿cuál es el precio real del producto? ¿El que se cobra habitualmente por ese artículo, o el de la promoción? Podríamos trasladar este ejemplo al conjunto de bienes y servicios del mercado.O en otros términos, ¿cómo saber si algo es caro o barato, además, cuando en un mismo negocio idéntico producto puede tener variaciones de hasta un 60% menos dependiendo el día en que se realiza la compra?Por otro lado, los comercios ofrecen electrodomésticos en cuotas. Cuando saca cuentas entre el precio de contado y el precio en cuotas, se encuentra con diferencias más que relevantes.Al cabo, en función del interés que se aplica en la operatoria a un año, uno podría estar pagando hasta un 45% más, cuando la inflación real rondaría el 25%. El interés abusivo, camuflado en la letra chica, es un golpe al bolsillo.Sobre la dilución de la noción del valor de las cosas, Gustavo Alonso, especialista en marketing, reconoció a un medio de prensa nacional: "El cliente ya no sabe el precio real de lo que consume. Las promociones, ofertas, liquidaciones, clubes de beneficios, cupones, descuentos con tarjetas y compras agrupadas hacen que el mismo producto tenga un sinfín de precios según cuándo, dónde y cómo se compre. Con precios tan difusos, lo que reina es la confusión".Hay quienes piensan, al respecto, que hemos entrado a una era del "no precio". Estas "ayudas" al consumo "diluyeron la noción de precio y su peso al decidir la compra", sostiene por su lado Adriana Falcón, socióloga experta en conducta del consumidor.El problema es que la inflación y los precios dispersos pueden confundir al cliente y hacerlo decidir mal. La pérdida de referencia objetiva -agravada por el hecho de que las estadísticas oficiales sobre el costo de vida perdieron credibilidad- hace que el consumidor quede inerme frente a las maniobras especulativas de la oferta.Por precios tan difusos, lo que reina es la confusión en la compraventa de bienes. Y como dice el refrán: "A río revuelto, ganancia de pescadores".Las empresas, en su afán de cerrar números, apelan a estrategias engañosas en desmedro de los consumidores. Para disimular la inflación, por ejemplo, achican el envase de sus productos, y mantienen el mismo precio.La estrategia se denomina "downsizing", achicamiento en inglés. Los productos se achican: pesan menos, traen menos metros o menos unidades.Y aunque el argumento políticamente correcto que esgrimen las firmas es que el consumidor prefiere envases chicos para consumir lo que necesita día a día, lo cierto es que la práctica constituye una inflación oculta. No queda en los registros el aumento, pero el consumidor, sin ninguna duda, termina pagando más por menos.Mientras el precio siga perdiendo importancia, de suerte que no se sepa qué es barato y qué es caro, el proceso decisorio del consumidor queda escamoteado.La confusión lo lleva a gastar mal, confirmando la sospecha de que siempre está en una situación de desventaja frente a la oferta.
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