La educación y la cabeza bien puesta
"Los chicos no saben estudiar, memorizan todo el tiempo, no entienden lo que leen", suele ser una queja muy escuchada. ¿Es que el sistema educativo no enseña a pensar?La ineptitud intelectual de nuestros graduados reside en que en ellos se privilegia la acumulación, el apilamiento, en desmedro de la comprensión. Carecen, en esencia, de un principio de selección y de organización que le de sentido a la realidad.Los ciudadanos que trae al mundo el sistema educativo son seres que tienen la cabeza llena de datos y opiniones, que no han sido procesados ni pensados suficientemente por ellos mismos.Es muy probable, por tanto, que adquieran opiniones prefabricadas, de otros, y de esta manera estén inermes no sólo ante la avalancha informativa sino ante la manipulación ideológica.Si es así, ¿dónde ha quedado el ideal pedagógico de formar "ciudadanos con conciencia crítica", que posean las herramientas cognitivas para enfrentar los desafíos del complejo siglo XXI?Nada nuevo bajo el sol, si se piensa que la institución educativa ha sido objeto de crítica en todos los tiempos, y en sociedades distintas. En la Europa del siglo XVI hubo quienes impugnaban el modelo de inteligencia dominante.Es el caso de francés Michel de Montaigne, cuyas reflexiones tienen una actualidad asombrosa. "En la educación de los niños no hay nada como atraer el interés y el afecto; de otra manera lo único que se logra son asnos cargados de libros", escribió el autor de los Ensayos.Su crítica más incisiva se vinculaba a los fines de la enseñanza. Para él es fundamental enseñar a pensar bien, a formar una "cabeza bien hecha" y no "bien llena", para después actuar correctamente.Distinguía, así, dos categorías de conocimiento: erudición y sabiduría. Los colegios de la época, según Montaigne, sobresalían a la hora de impartir información, sobre la base de un modelo acumulativo (erudición).Pero fracasaban por completo en lo referido a la aptitud de vincular los saberes y darles sentido, y a formar una actitud filosófica y ética general en orden a la prudencia, tan necesaria en la vida (sabiduría)."De buen grado -escribió- vuelvo a esa idea de la inepcia de nuestra educación. Ha tenido como fin hacernos no buenos y sensatos, sino cultos: lo ha conseguido. No nos ha enseñado a abrazar y perseguir la virtud y la prudencia, sino que nos ha grabado la derivaciones y la etimología".Y añade Montaigne: "Desearíamos preguntar: ¿Sabe griego o latín? ¿Escribe en verso o en prosa? Mas si se ha vuelto mejor o más avispado, eso es lo principal y duradero. Habríamos de preguntar cuál es mejor sabio y no más sabio. Nos esforzamos en llenar la memoria y dejamos vacío el entendimiento y la conciencia".El planteamiento de Montaigne fue retomado en nuestra época por un compatriota suyo, Edgar Morin, un filósofo y sociólogo que se ha hecho célebre en el mundo intelectual por su noción de "pensamiento complejo"."Una cabeza bien puesta -sostiene- es una cabeza que es apta para organizar los conocimientos y de este modo evitar una acumulación estéril". En su opinión, la educación está a la deriva si no logra que los estudiantes logren "contextualizar y totalizar los saberes".Por otro lado, la fragmentación cognitiva -producto de la expansión descontrolada del saber (especialismo)- hace que "no logremos integrar nuestros conocimientos para la conducta de nuestras vidas". Este desposeimiento del saber, dice Morin, "plantea el problema histórico capital de la necesidad de la democracia cognitiva".
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