POR JORGE BARROETAVEÑA
La 'encíclica' de Cristina busca hacer reaccionar al Presidente

No habla pero no es necesario. Con escribir alcanza. El desenlace de la toma de Guernica y el culebrón de los Etchevehere dejó otra vez en evidencia la incapacidad que tiene el gobierno de plantar agenda y marcar el camino. Justo cuando empezó a bajar la fiebre del dólar. No pega una.
Por Jorge Barroetaveña La famosa carta de Cristina, más cerca de una encíclica papal que otra cosa, sirvió para aclarar varios temas de los que mucho se hablaba pero no había certezas. No está conforme con la marcha del gobierno. Le hizo la cruz a varios de los funcionarios de Alberto y está podrida que la acusen de ser quien toma las decisiones. Como en la política argentina todo es raro, suena más extraño todavía que una vicepresidenta le reproche al Presidente que no tome decisiones. Ni más ni menos. Decida mijo, le está espetando. Al cabo, ¿qué más se le puede pedir después del renunciamiento del año pasado? Tiene razón después de todo. Le sirvió en bandeja a Alberto el triunfo electoral, hace silencio stampa ante los temas que la disgustan, vive tragando sapos ante el estilo presidencial medido y dialoguista. ¿Qué más quieren que haga? Por supuesto que en la carta hubo algunas facturas, y no de dulce de leche precisamente. El entramado de la misiva deja expuesto su pensamiento sobre los estilos y no se priva de hablar del dólar. Admite con lucidez que la escasez de esa moneda es un problema de vieja data, con el Macri tuvo que lidiar, igual que ella, y le terminó reventando en la cara. Y no habla de conspiraciones raras. Quizás lo más lúcido que plantea sea la búsqueda de un consenso, aunque no da detalles de la idea. ¿Estará dispuesta a reunirse con Macri? ¿Cuáles son los límites de la iniciativa? Su esbozo apenas sirvió para disparar todo un debate en la oposición. La mayoría no le cree pero no son pocos los que piensa que, ante una eventual convocatoria, deberían ir igual. Quizás la carta tenga algún efecto positivo en el Presidente, que no la tomó muy bien. Fernández le contestó con gestos y no con palabras. Desandó los metros que lo separan del CCK rodeado de los funcionarios que menos digiere Cristina, con Vilma Ibarra y Santiago Cafiero a la cabeza. Se tuvo que comer claro que ni su vice ni Máximo fueron al acto de recordación de Néstor, pero lo sabía de antemano. El Presidente conoce perfectamente los humores de los Kirchner y cuáles son sus códigos. Es probable que Cristina busque una reacción. Lo que pasó en Santa Elena con el culebrón de la familia Etchevehere es una muestra de la desorientación oficial y la poca capacidad que tiene para marcar agenda y, si pierde la iniciativa, para recuperarla. ¿Es posible que se debata en la Argentina la propiedad privada? Hace semanas que se viene hablando del mismo tema lo que le genera un desgaste inútil al Presidente. El acabose fue lo de Casa Nueva. ¿Alguien puede explicar con cierta coherencia qué hacía Grabois ahí lanzando la reforma agraria con el ‘Proyecto Artigas’? ¿Pensaron que meterse en medio de un conflicto familiar serviría para instalar la iniciativa y que masas campesinas saldrían a apoyarlos? Poco conocen la idiosincracia de la gente de campo y mucho menos cuál sería su reacción, más allá que fueran los Etchevehere los que estuvieran en el medio. Lo peor es embarcar al gobierno (hubo funcionarios en la toma) y hacerle pagar un costo innecesario. Lo mismo le pasa al gobernador Bordet que se vio obligado a echar a un funcionario que quedó involucrado. El momento tampoco parece el más oportuno para tensar la cuerda con el sector, justo cuando el gobierno necesita que se liquiden todos los dólares posibles. De a poco Grabois se fue quedando solo. No sólo el gobierno puso distancia, también la iglesia emitió un severo comunicado condenando las tomas. Al final optó por una proclama, al estilo Subcomandante Marcos, criticando a sus propios aliados y pidiéndoles que no cedan ante los poderes fácticos. En la mescolanza arrastra al Papa Francisco y lo deja en una posición incómoda. Pero Grabois no deja de ser un actor de reparto en el culebrón que por supuesto también excede a los Etchevehere. Lo que está en discusión es la capacidad de resiliencia que tiene la gestión de Alberto para, primero superar la pandemia, y al mismo tiempo capear el huracán económico que amaga con dejarlo en la banquina. En el medio tendrá que solucionar los ruidos políticos de la coalición gobernante, aunque Cristina dio un gran paso con su famosa misiva. Es probable que el Presidente le ajuste el torniquete al gabinete. Lo sabe y no está conforme con varios de sus colaboradores, aunque también es cierto que son justo los que eligió él, en el loteo imaginario que se hizo en la génesis del gobierno. En el fondo eso le debe molestar. Cristina le reprocha que hay funcionarios que no funcionan pero no se hace cargo de los que le responden a ella. A esta altura quizás convenga empezar a buscar un buen psicólogo para entender la relación entre ambos. La cuestión es que no sobran ni tiempo ni plata. El rancho se quema y hay que apagar el incendio.
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