"BOLUDO", EL MEJOR INVENTO ARGENTINO
La era de la boludez

Sin que tenga elementos empíricos que sostengas esta afirmación, me atrevo a decir que el mayor invento argentino no es ni el dulce de leche ni la birome sino el más increíble y polisémico de los neologismos: boludo.
Por Luis Castillo*
Las palabras no son inocentes. De ningún modo podría serlo el mayor acto creativo del intelecto y la característica que nos diferencia de todo el resto del mundo animal, de allí que puedo afirmar sin temor a equivocarme que la persona que refirió por primera vez esta palabra inexistente hasta entonces en nuestra lengua española no era ningún boludo. El diccionario de la Real Academia Española se limita a definirlo como: necio o estúpido. Nosotros sabemos que es o puede ser eso pero mucho, mucho más.
Voy a tomar, para hacer un paralelismo, el término estúpido y recordar lo que en los años ´70 del siglo pasado el economista Carlo María Cipolla describía como: Las 5 leyes infalibles de la estupidez humana. Quizás la síntesis de sus afirmaciones ―que al lector seguramente recordará por su estructura a las “Leyes de Murphy”― tienen su basamento en el pensamiento del filósofo Jeremy Bentham cuando afirmaba que: “todo acto humano, norma o institución deben ser juzgados según la utilidad que tiene, esto es, según el placer o sufrimiento que producen en las personas”. Recordemos las Leyes de Cipolla y veremos por qué, pero reemplazando la palabra original: “estúpido”, por nuestra creación para que, de ese modo, tenga mayor fuerza semántica.
La primera Ley afirma: “Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de boludos en circulación”. Es evidente que no deja de sorprendernos descubrir cómo personas que considerábamos racionales se comportan lisa y llanamente como boludos probablemente en el peor lugar o el peor momento. O ambos. Evidentemente ya eran boludos de antes, solo faltaba la oportunidad para demostrarlo.
Segunda Ley: “La probabilidad de que determinada persona sea boluda es independiente de cualquier otra característica”. Tan generosa es esta condición que no requiere de ninguna otra premisa. La boludez iguala género, raza y condición social, no respeta jerarquías ni castas ni títulos nobiliarios. La sola condición de humanos ya nos da la opción y la oportunidad de ser boludos. ¡Cuánto cuesta desaprovecharla!
Tercera Ley: “Un boludo es una persona que ocasiona pérdidas a otra persona o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo”. No lo diga, seguramente estamos pensando el mismo ejemplo. En esta ley incluiría sin dudar a los serviles, los traidores y a otros tantos boludos descartables que, en el mejor de los casos, pueden tener la fortuna de ni siquiera ser conscientes del daño que ocasionan. Pero son los menos.
Cuarta Ley: “Siempre se infravalora el poder dañino de los boludos. En concreto, suele olvidarse que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar de hacerlo o asociarse con boludos siempre suele ser un error costoso”. El mismo autor explica este punto de este modo: “Uno puede intentar ganarle la partida a un boludo y, hasta cierto punto, puede hacerlo”, pero a causa de su comportamiento errático, uno no puede prever todas las acciones y reacciones del boludo y por lo tanto, terminará siendo pulverizado por sus movimientos impredecibles”.
Quinta ley: “Un boludo, finalmente, es más peligrosa que un bandido”. Un delincuente (escoja el rubro que más le plazca) es, en cierto modo, predecible, quizás hasta tenga códigos, motivos o argumentos que intenten justificar su accionar, el boludo no. Y eso lo vuelve aún más peligroso.
Naturalmente, esto que hemos hecho no es más que un ejercicio intelectual carente de principios científicos y por lo tanto indemostrable. ¿O no?
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”