La Europa unificada está siendo probada
Era el experimento de unidad política y económica más admirado, por su magnitud y sofisticación. Pero una crisis financiera interna está desnudando las fragilidades de la Unión Europea.El Viejo Continente ha venido haciendo grandes esfuerzos, en los últimos 60 años, por olvidar los enfrentamientos bélicos que lo diezmaron en la primera mitad del siglo XX.La locura nacionalista, chauvinista, cuya máxima expresión fue la Alemania nazi, terminó en una matanza de proporciones. Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, quedó en ruina moral y material.Desde entonces los europeos, sobreponiéndose a la tragedia, no sólo han apostado a la reconstrucción de sus propios países, obteniendo resultados sorprendentes.Paralelamente han emprendido una vasta empresa de unificación, de asociativismo continental, quizá como respuesta política al conflicto que llevan aparejados los particularismos.La Unión Europea, así, es expresión de un deseo común de construir una comunidad supranacional, pero asentada sobre un sentimiento universal alrededor de lo europeo.El mundo ha sido testigo, hasta acá, de la construcción de un bloque regional que ha logrado mejorar la calidad de vida de quienes viven en él. Esto ha sido posible gracias a un proceso de alianza económico-social e institucional inédito.La caída del Muro de Berlín, en 1989, abrió un gran desafío histórico regional: la incorporación de los países del Este, deseosos de ingresar a Europa tras el derrumbe de la Unión Soviética.El último adelanto de la vasta empresa de integración europea ha sido la instauración de una moneda común, el euro, expresión máxima de soberanía europea.En su momento, la unificación monetaria tuvo severos críticos. Más allá de aquellos que, desde una posición nacionalista, impugnaban la idea de que los países resignaran soberanía monetaria, se objetaba lo fantasioso del experimento.Fantasioso en el sentido de que la nueva arquitectura financiera impondría una serie de exigencias económicas que algunos de los socios europeos (sobre todos los procedentes del Este), no estarían en condiciones de cumplir.Pues bien, la crisis de la deuda griega, en un contexto de inestabilidad financiera mundial, no sólo ha puesto en jaque al euro y a la Unión Europea, sino que estaría dándole la razón a los críticos.En el Financial Times, el analista Gideon Rachman, comparó la moneda única europea como un casamiento arreglado fallido. "Los creadores del euro hicieron como los padres que arreglan un casamiento: sabían que juntaban países con economías y culturas políticas muy diferentes, pero tenían la esperanza de que, con el tiempo, los nuevos socios crecerían juntos formando una unión genuina".En opinión de Rachman, la convergencia económica, política y social a la que apunta la Unión Europea no se ha verificado. "Lo que mostró la crisis griega es que la negociada boda europea está en grandes dificultades. Los socios no se han acercado entre sí", indicó.En este contexto, "el euro parece cada vez menos una unión indisoluble, y cada vez más un matrimonio desgraciado entre personas incompatibles", redondeó.Probablemente la de Rachman describa una visión algo apocalíptica sobre la Unión Europea, y en especial sobre el futuro del euro. En este sentido, los europeos han dado muestras, al menos en las últimas décadas, de enfrentar con éxito dilemas quizá más graves que el actual.Como sea, lo que está pasando en el Viejo Continente es algo que debiera analizarse, sobre todo en el Cono Sur americano, donde también se alientan proyectos de integración regional (caso MERCOSUR).
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