Un 20 de junio de 1820, a poco de haber cumplido cincuenta años de edad, moría el creador de la Bandera en la más extrema pobreza y sin reconocimiento oficial.Hoy recordamos con emoción al "hombre que lo dio todo y no pidió nada", al decir de Bartolomé Mitre, al que nació rico pero desechó una vida tranquila para servir a su país incluso en los campos de batalla, a aquel que en su agonía prorrumpió en un triste "¡ay, Patria mía!".Probablemente haya sido el epítome del patriotismo, uno de los próceres más puros de la argentinidad, por la entrega de sí a la causa de una colectividad que procuraba autoafirmarse en el concierto de las naciones, allá por el siglo XIX.Con Belgrano no hay polémicas, en el sentido de que su recuerdo concita más unanimidades que querellas entre los argentinos. Tuvo sus contradicciones como todo ser humano, pero nadie discute su conducta cristalina y desinteresada en aquellos años turbulentos que siguieron a la Revolución de Mayo.No buscó el poder, por eso rechazó los títulos militares y no pretendió ser nombrado ni en el Consulado ni en la Junta. Tampoco amó el dinero: devolvió las onzas de oro que le envió Pío Tristán antes de la Batalla de Tucumán y donó su recompensa por la victoria para levantar cuatro escuelas.Belgrano fue coherente. Su interés por los pobres del país nunca fue demagógico. Además de pelear por su libertad en el campo de batalla, desplegó todas sus acciones como pedagogo y hombre público para su promoción."Estos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos", llegó a decir.No sólo sacó dinero de su bolsillo para hacer escuelas. También fue el primer pedagogo criollo. Porque sostenía que "educación es lo que necesitan estos pueblos para ser virtuosos e ilustrados como corresponde".Otra dato agiganta su figura: Belgrano había nacido en 1770 en una de las familias más ricas de la ciudad de Buenos Aires. Estaba destinado a una vida tranquila, de libros y escritorios.Sin embargo, decidió enredarse en la construcción del país, aceptando una vida de sobresaltos y riesgos; incluso él, un intelectual, terminó abrazando por esta causa el destino de las armas."No tenía grandes conocimientos militares -escribió José María Paz-, pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido". La lección de su muerte, en este punto, es conmovedora. Pese al tremendo servicio prestado a la causa de la Patria, como pedagogo, economista, periodista y militar, Belgrano murió olvidado y en la pobreza.No tenía plata para pagarle a su médico, a quien le dijo que no podía hacerlo porque el gobierno le debía diecisiete meses de sueldo. Entonces terminó retribuyéndole con su reloj personal.Falleció en la misma casa donde había nacido, y con su cama como único mueble. Fue sepultado en el convento de Santo Domingo en una humilde caja de pino cubierta con un paño negro y cal.Como no había dinero para comprarle una losa de mármol, la lápida fue hecha con un trozo de la cómoda de su hermano Miguel. En su testamento, le encomendó a su otro hermano, Domingo, el pago de sus deudas.Belgrano era un hombre de bien y un patriota. Su enorme figura moral es guía para las generaciones de argentinos. Concibió el servicio público como un sacrificio y un deber, antes que como medio de prestigiarse o enriquecerse.