La gente se cansa
Los proyectos hegemónicos nunca terminan bien. La elección del domingo reveló, una vez más, que el hombre de la calle es refractario a los intentos mesiánicos de perpetuarse en el poder.El monopolio de la vida política no tiene viabilidad sociológica. Al menos en un país como la Argentina cuya base societaria es diversa y rica. El kirchnerismo acaba de tomar nota amargamente de esta realidad."Si yo pudiera redactar una constitución ideal, pondría: artículo primero, la gente se cansa". Eso dice el periodista y académico Mariano Grondona, al explicar el rechazo de la población a los intentos de perduración ilimitada.Muchos políticos argentinos, que dramatizan cada derrota electoral, debieran hacer un curso intensivo de sociología básica. Y aprender esta simple verdad: la gente se cansa.Se cansa de ellos. En todo caso los sistemas políticos potencialmente infinitos podrán cuajar en Venezuela o Cuba, países con texturas sociales proclives a regímenes pretorianos.Por otra parte, la sociedad argentina ha cambiado mucho. Es más fluida y comulga con el espíritu posmoderno que ama la diversidad y el cambio. Y en este sentido, rechaza los intentos que pretendan constreñirla a un proyecto monocolor, con sesgos autoritarios.El kirchnerismo, en un punto, se la creyó. Creía que era invulnerable. En base a logros de gestión, cuando Néstor Kirchner fue gobierno, cosechó la adhesión de la mayoría de la población.Pero cayó en el sueño mesiánico de la perdurabilidad ilimitada. Allí comenzó el descalabro: los sectores medios urbanos ya no votaron por Cristina, que era la expresión del continuismo.Fue la primera advertencia de que la sociedad no convalidaría pretensiones hegemónicas. Algo que el poder político desoyó, engreído en su concepción salvadora de la historia.Hasta que el campo, y los sectores medios rurales, asestaron en 2008 la más grave derrota estratégica al kirchnerismo. Las urnas el domingo reflejaron este descalabro.Siete de cada diez argentinos votaron contra el modelo de gestión K. Frente el discurso paranoico del poder herido -que atribuye la derrota a factores ajenos, a una conspiración de la derecha- emerge la sensatez de Alberto Fernández.El ex jefe de Gabinete es la conciencia moral del kirchnerismo deshilachado. Es el único que, haciendo gala de un sano realismo, ha hecho un mea culpa y no dramatiza la derrota.No la dramatiza porque Fernández se da cuenta que no hay que confundir política con cruzadas redentoras. Desde este marco espiritual, pidió al gobierno que "escuche lo que acaban de decir las urnas, porque esto no son los medios, los periodistas, ni los encuestadores"."Esto es la gente. Escuchar lo que ha dicho la gente. No se puede no escuchar", reclamó. "Acá se ha expresado la gente; hay que escuchar y seguir gobernando. Esto es una elección parlamentaria, punto", insistió.Según Alberto Fernández, "básicamente acá ha habido una fuerte reacción contra ciertos modos y ciertas políticas del gobierno en los últimos tiempos", sobre todo después de la Resolución 125 que impuso retenciones al campo.Más adelante, destacó: "Yo no le voy a decir a la presidenta si tiene que cambiar, pero le diría a la presidenta que cinco años en el poder desgastan a cualquiera".Esta última frase va en línea con lo que decimos: la gente se cansa. Es el dato sociológico del que deberán tomar nota los ganadores del domingo, los opositores. Que no se la crean.El sistema republicano de gobierno es sabio: contempla la alternancia en el poder como algo deseable. Los políticos argentinos tienen el desafío de fundar una gobernabilidad sobre este presupuesto.Las hegemonías cansan.
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