EDITORIAL
La grieta se remonta al primer gobierno patrio
La mentalidad divisoria que predomina en la sociedad argentina, catalogada contemporáneamente como "grieta", estuvo presente en el primer gobierno patrio.
"La Argentina es una casa divida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra", es el balance que hace el historiador norteamericano Nicolas Shumway, en su ensayo "La invención de la Argentina". Según su tesis, la elite que se encargó de forjar la primera idea de la Argentina, durante el siglo XIX, fracasó en su intento de dotar al naciente país de una "ficción orientadora" común. Estas ficciones de las naciones suelen ser creaciones artificiales como las ficciones literarias. Pero son necesarias para darles a los individuos de un país un sentimiento de pertenencia, de identidad colectiva y un destino común nacional. Pero resulta que la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto de sus ficciones orientadoras. En su lugar creó una "mitología de la exclusión", una receta para la división antes que un pluralismo de consenso. El fracaso en la formación de un marco ideológico para la unión ayudó a producir lo que el escritor Ernesto Sábato ha llamado una"sociedad de opositores", más interesada en humillar a otro que en desarrollar una nación viable y unida. El punto es que la tan famosa "grieta" ya existía en 1810, con la guerra abierta entablada entre Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, Presidente y Secretario del primer gobierno patrio. Con la discordia de estos dos actores de la Primera Junta, y el desprecio mutuo que se tenían, comenzó una larga serie de conflictos entre porteños y caudillos provinciales, que con frecuencia terminó en guerra civil y sangre. Por un lado el general Saavedra, hombre mayor, conservador, militar de carrera, moderado, estaba de acuerdo en incluir en el nuevo gobierno a las provincias del interior. Por el otro, el doctor Moreno, joven abogado, revolucionario ilustrado, fundador y redactor de la célebre "Gaceta de Buenos Aires", consideraba que la revolución debía ser manejada desde la ciudad-puerto. Ocurre que la Revolución de Mayo, que es sinónimo entre los argentinos de independencia, en realidad fue primordialmente un fenómeno porteño. Saavedra y Moreno no habrían podido ser más distintos. Mientras que el abogado desconfiaba de los caudillos provinciales, el militar hizo todo lo posible para atraerlos a la junta gobernante. Saavedra en una de sus tantas cartas llamó a Moreno "impío, malvado, maquiavélico", en tanto que este último se encargó de señalar siempre la pasividad del militar como su aparente poco compromiso con la causa revolucionaria. Saavedra buscaba dialogar y negociar para lograr cambios graduales, pero Moreno, a tono con su tradición jacobina, hablaba de"cortar cabezas, verter sangre" y exhortaba a tener "la conducta más cruel y sanguinaria" con los adversarios. A fines de 1810, Moreno y sus seguidores trataron de tomar el control de las fuerzas militares de Buenos Aires, privando así a Saavedra de su principal apoyo. Pero los hombres de armas permanecieron leales a su jefe natural. Los ánimos se siguieron crispando y las relaciones se tornaron más amargas hasta que Saavedra decidió enviar a Moreno en misión diplomática a Londres. Éste último murió en la travesía, de una fiebre misteriosa, que según versiones pudo ser resultado de un envenenamiento. Al enterarse de su entierro en alta mar, se dice que Saavedra comentó: "Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego".
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