La importancia de saber escuchar
Adiestrados a lo largo de la vida en el arte de decir, cuando no a imponer nuestro punto de vista a los demás, no se nos enseñan los males que esconde el ensordecimiento, producto de la incapacidad de escuchar al otro.Aunque en realidad ese autismo va pareja con la necesidad exasperante de escucharse narcisísticamente sólo a sí mismo, y de ser escuchado a costa del silenciamiento ajeno.Quedamos presos, así, de un lenguaje monotemático que busca solo afirmarse y desatiende implacablemente al otro. Rehenes de la unilateralidad del decir, insensibles al hecho de que la comunicación es un ida y vuelta, clausuramos la posibilidad de enriquecimiento muto."Se necesita coraje para pararse y hablar; pero mucho más se necesita para sentarse y escuchar", decía el político inglés Wiston Churchill, al destacar que hay más valor en la actitud receptiva.Pero nos resulta difícil entender que el olvido del otro nos convierte en víctima a su vez, porque al no permitir que esa persona exponga sus ideas, inquietudes o sentimientos, nos privamos de su riqueza, obturando la oportunidad de aprender de ella.No saber escuchar es ignorar al otro. Y mucho más que eso: supone desprecio del tú, quien deja así de ser un prójimo, alguien que tiene valor en sí mismo, para pasar a ser objeto de nuestro afán de dominio.Vivimos una época en la cual se exalta la capacidad de imponer masivamente pautas y productos e industriales, así como ideas y formas de poder. Es este alud de imposiciones se ve claro que el lenguaje es sólo un instrumento de dominio, nunca de diálogo.El filósofo Platón, en el siglo V a. C., hacía una reiterada queja contra la "retórica" de los sofistas, quienes eran hábiles en engañar con palabras, en estos términos: "Vosotros pensáis que sólo hay que preocuparse de las cosas en cuanto se puede hablar de ellas causando impresión, y precisamente por eso sois vosotros incapaces de diálogo; habláis, pero no conversáis".El filósofo griego advertía, así, de la destrucción del carácter comunicativo, donde la relación humana entre quien habla y quien escucha, se ve radicalmente modificada por una intención manipuladora de una de las partes.Quien monopoliza el discurso, quien toma la palabra, sin ocuparse más que imponer su mensaje, no trata realmente al interlocutor como un igual, no lo respeta propiamente como persona humana. .En ese momento cesa de haber un diálogo, una conversación con un tú. El otro, a quien incluso se le puede mentir con un lenguaje adulador (con el sólo propósito oculto de sacar de él una ventaja), es más bien algo así como un objeto, el objeto de un intento de apoderamiento, el objeto sometido a manipulación.El ejercicio del poder mediante la palabra se conoce como propaganda. Donde el lenguaje no es visto como el lugar de escucha mutua, de intercambio de sujetos en igualdad de condiciones, sino como monólogo narcisista, como dominio unilateral.Hay propaganda no sólo como acto administrativo de ocultamiento por parte del Estado, interesado en instalar una realidad ficticia. La hay allí donde un grupo de poder, un clan ideológico, un colectivo de intereses, utiliza la palabra como arma.El lenguaje, por el contrario, sólo se justifica si promueve el diálogo entre las personas. La existencia humana es tanto más ancha cuanto más profunda cuando tiene lugar la conversación, la comunicación de doble vía, y no hay tal cosa sin la escucha atenta del otro.Saber escuchar es ponerse en el lugar del otro y querer comprenderlo. Aquí reside una de las claves de la convivencia humana, y un antídoto eficaz contra la intolerancia y la violencia.
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