EDITORIAL
La inquietante expansión del ciberacoso sexual
El auge de Internet y de las redes sociales ha traído grandes avances, pero también tiene su lado oscuro, como la difusión de contenidos íntimos sin consentimiento, con el propósito de denigrar a las víctimas, especialmente a las mujeres.
Muchas de ellas en todo el mundo están siendo amenazadas y chantajeadas con la publicación de imágenes digitales que van desde el coqueteo inocente hasta lo sexualmente explícito. Los hombres obtienen esas imágenes a veces con consentimiento de la mujer y otras sin él. A cambio, les piden dinero, las coaccionan y hasta abusan de ellas sexualmente. Desde el punto de vista del derecho, esta práctica se inscribe dentro de la figura del “ciberacoso sexual”, que consiste en la persecución de un individuo a otros a través de mensajes, fotografías o videos de carácter sexual. El ciberacosador puede tener acceso a estos contenidos a través de Internet (en redes sociales o mediante el hackeo de teléfonos celulares o computadoras), a través de la propia víctima o de alguien de su entorno. Es decir, el material puede ser distribuido por una ex pareja, pero también puede provenir de un archivo de la víctima que es robado. La divulgación de este tipo de material íntimo se ha vuelto una práctica cada vez más frecuente. Esta difusión sin consentimiento tiene un efecto multiplicador gracias a aplicaciones como WhatsApp o redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram La vergüenza, el miedo y la creencia de que su caso no será escuchado hacen que muchas de las víctimas de ciberacoso no denuncien. La pornografía vengativa o pornovenganza ocurre en todo el mundo, pero el poder de esas imágenes como arma de intimidación reside en su capacidad de infligir vergüenza en las mujeres. Y, en algunas sociedades, la vergüenza es un asunto muy serio. “En Occidente existe una cultura muy diferente”, le explicó a la BBC Inam al-Asha, psicóloga y activista por los derechos de las mujeres en Amman, Jordania. “Una foto desnuda podría humillar a una chica occidental. Pero en nuestra sociedad, podría conducir a su muerte. Y, aunque no acaben con su vida físicamente, sí lo harán social y profesionalmente. La gente dejará de vincularse a ella y, al final, terminará condenada al ostracismo y el aislamiento”, señaló. En los países árabes, donde el islam penaliza gravemente la desnudez, se ha instalado un problema de extorsión digital a gran escala. “A veces, las fotos no son sexuales. Una foto de una chica que no esté llevando el hijab (velo) puede ser escandalosa. Y un hombre puede utilizarla para presionar a la chica y hacer que le envíe más fotos”, dice Kamal Mahmoud, quien gestiona una página web para combatir las extorsiones. El propósito del ciberacosador puede ser diverso. Puede pretender el abuso sexual de la víctima o una explotación pornográfica de las imágenes o videos sea para uso privado o para redes pedófilas. Por ejemplo, la tecnología se ha convertido en “aliada” de los violadores ya que muchos de ellos graban sus ataques y luego, para que sus víctimas no los denuncien, las amenazan con difundirlos. También puede estar presente la extorsión económica o cualquier otro tipo de coacción. Para abogados, policías y activistas de distintos países la llegada de los teléfonos inteligentes y las redes sociales está generando una epidemia oculta de chantajes digitales y humillaciones. La mayor parte de los casos de este tipo de abuso no salen a la luz porque el mismo sistema que hace a las mujeres vulnerables también las obliga a permanecer en silencio.
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