La inseguridad como síntoma de otra cosa
¿Qué lectura hacer del rebrote de criminalidad surgido en estos días en el conurbano bonaerense, a lo que se suma una demanda vecinal de mayor seguridad en el país?La ira de los vecinos de Cañuelas, de Moreno, de Monte Grande, en el corazón de la provincia de Buenos Aires, ante la ola de muerte y robos desatada en esos distritos, acusa un desborde de inseguridad.A juzgar por algunas encuestas se estaría en presencia de un fenómeno que aqueja al grueso de la sociedad argentina. Tres de cada diez personas sufrieron en carne propia un hecho delictivo en 2011.Eso dice un reciente estudio del Barómetro de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA). También que la inseguridad se sitúa al tope de los problemas más importantes, mencionado por el 36% de los ciudadanos consultados.La ciencia política ha especulado mucho sobre esta faz dramática de la condición humana, y que pone en entredicho aquel acerto de Aristóteles según el cual el ser humano es sociable por naturaleza.En las antípodas del filósofo griego, Thomas Hobbes hablaba de que el "hombre es lobo del hombre" y de que en realidad todos nosotros somos criminales en potencia.A partir de esta condición sombría de la naturaleza humana, el pensador inglés se mostraba partidario de una sociedad sometida a un fuerte control policial. Sin un poder soberano, al que llamó "Leviatán", se cae en la barbarie.Hasta donde se sabe no ha existido una sociedad -salvo como ideal utópico- donde el delito haya desaparecido totalmente. Esta es una de las razones por las cuales existe el Estado, garante del orden frente al instinto de autodestrucción.Esto ha hecho decir a Ortega y Gasset, por ejemplo, que es "una ingenuidad de los anarquistas creer que es posible prescindir del Estado o poder público", el cual debe ser visto más bien como un mal necesario.No obstante el delito, aunque se sostenga que es algo inherente a la naturaleza humana, va mutando con la sociedad y de hecho expresa a su modo las crisis de época.Esto último piensa Lila Caimari, investigadora del Conicet y docente de la Universidad de San Andrés, autora de Mientras la ciudad duerme (Siglo XXI), recientemente publicado, un libro referido a la trama del control de la delincuencia entre 1920 y 1945.Caimari aporta una mirada historicista al fenómeno del delito, y desde aquí advierte que si bien los reclamos por mayor presencia policial existieron siempre, hoy la demanda por seguridad "es un grito visible y pesimista"."En los años '20 y '30, el reclamo no era tan pesimista como ahora; había una expectativa de que la institución policial pudiera hacer algo. Hoy el reclamo por seguridad es mucho más vociferante, es un grito visible, audible y más pesimista", explicó en una reciente entrevista (diario La Nación).Ciertos delitos son sintomáticos de crisis sociales, apunta la especialista, para quien los robos cotidianos y violentos de hoy día están vinculados a "fenómenos de exclusión social, consumo de drogas y proliferación de armas".Las lógicas delictivas en Argentina expresan, en suma, cambios en la estructura social nativa. Caimari cuenta que mientras a principio de siglos XX se vinculaba el delito con los "indeseados" bajados de los barcos, en el imaginario social actual existe el estereotipo del "pibe chorro", y estas construcciones suelen ser discriminatorias.El fenómeno del delito, por tanto, hace pensar por un lado que el hombre no es tan amable como algunos creen y explica la necesidad de un poder superior capaz de evitar la guerra de todos contra todos (tesitura de Hobbes).A la vez el crimen es síntoma de una coyuntura histórica de la colectividad, es comprensible en determinados contextos sociales y de época, y refleja cambios subyacentes en el plano cultural, demográfico, urbano, económico y tecnológico.
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