La irrupción de la muerte como culto
La detención de alguien que mataba para cumplir una promesa a San La Muerte, contrasta con una cultura posmoderna y mercantil que funciona como si la muerte no existiese."Marcelito", así se llama el joven de 22 años que vivía en el Bajo Flores, y al cual acaban de apresar por el crimen del estudiante de Filosofía Rodrigo Ezcurra, cuyo cuerpo fue encontrado con un balazo en el pecho.La Policía asegura en realidad que han detenido a un asesino serial, responsable en total de seis crímenes en apenas cuatro meses.Pero lo que agrega un condimento extraño e inquietante a esta historia es el motivo de estos hechos de sangre: el joven cegaba vidas como ofrenda a San La Muerte.La Policía asegura que "Marcelito" prometió matar a una persona por semana para tener "protección y prosperidad". De hecho, para la fuerza de seguridad no sería una sorpresa el episodio.Y esto porque en las guaridas de varias bandas detenidas en el conurbano, se han descubierto altares donde sus integrantes pedían protección a San La Muerte antes de cometer algún golpe.Ahora las miradas están puestas en este "santo" que habría llegado del Litoral, donde es tradición, y tendría varios nombres: Señor de la Muerte, San Esqueleto y "El Santito", entre otros.El origen de este culto estaría en la cultura guaraní y en la influencia que tuvieron en esa comunidad indígena los padres jesuitas. Este contacto habría dejado como saldo un sincretismo religioso, para el cual La Muerte tiene tanto poder como Cristo.En realidad, aquí prevalecería la versión pagana indígena del culto a la muerte, más allá del barniz cristiano con que se reviste. En el litoral argentino, sobre todo en Corrientes, es práctica invocar esta suerte de deidad no sólo para pedir trabajo o salud, sino para que se muera o enferme algún enemigo.El ritual de San La Muerte incluye el "payé", un amuleto o talismán en el que está tallada la figura del santo. Dicen que ese elemento tiene poder si se confecciona con huesos humanos.El episodio de "Marcelito" revela la existencia de una subcultura popular regional, de raigambre indígena, que se prolonga en el conurbano bonaerense, donde viven provincianos desarraigados.Dicha subcultura tiene un concepto de la muerte que pone en tela de juicio los presupuestos de la cultura hegemónica posmoderna, instalada en los sectores urbanos, que en su progresismo optimista y mercantil la ignora.En varias culturas precolombinas la muerte es un elemento que seduce y fascina. Y de hecho es un tema omnipresente en los ritos religiosos y festivos. Los sacrificios humanos, que eran prácticas en algunos pueblos originarios, revelan que no es un hecho más.Según los antropólogos, algunos sacrificios rituales eran una manera de participar de la regeneración de las fuerzas creadoras cósmicas, siempre en peligro de extinguirse si no se les provee de sangre, devenida en alimento sagrado.Los aztecas, por caso, ofrecían sangre humana al dios solar Huitzilopochtli para que éste no los abandone a ellos y a la creación. El mundo, así, se sostenía gracias a la sangre y la muerte de los hombres.Es llamativa la presencia del culto popular de la muerte, herencia de la cultura aborigen, en algunos sectores populares, como deja ver el caso del asesino serial del Bajo Flores.Sobre todo en esta época de euforia mercantilista, incrédula y laica, donde la muerte es un hecho desagradable, del cual no hay que hablar y, por tanto, ignorar.Pero la muerte siempre irrumpe, incluso como culto. No hay filosofía del progreso que pueda escamotear su presencia.
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