La lógica minimalista y el clima de época
La sustancia de la historia contemporánea -tras las caídas de las utopías como el progreso o la revolución- es el desencanto. Y los argentinos, a nuestra manera, estamos envueltos en esa desilusión.La teoría del filósofo argentino Pablo Capanna es que la clase media argentina, que viene de una historia de frustraciones, ha parido un sujeto que se ha vuelto "minimalista"."Cándido" -así lo llama a partir de un personaje de Voltaire- está convencido de que éste no será el mejor de los mundos posibles, pero "es lo que hay" y "no hay otra cosa".Cándido ha bajado dramáticamente sus pretensiones. Si alguna vez creyó que las cosas podían mejorar, es porque entonces fue un crédulo. Alguien que vivió en una burbuja de ilusiones.Hora se ha vuelto nihilista, no cree en nada, aunque simula creer. Se conforma con una realidad modesta y con que lo dejen tranquilo. Desconfiado, no da crédito a quienes le prometen una vida mejor.Prefiere "lo que hay" porque cualquier alternativa sería peor. Está dispuesto, siguiendo con su tesitura filosófica, incluso a tolerar "hasta al maltrato, mientras no lo toquen a él".Cándido es egoísta. "Cuida como un tesoro su 'calidad de vida' y sólo acepta aquello que le 'hace bien', y llegado el caso de que la realidad lo golpee, encontrará entonces a quien echarle la culpa", describe Capanna.El término "minimalista", aquí, describe la tendencia a no esperar nada del futuro, y a conservar el presente, que aunque imperfecto es lo único real, y como tal es mejor que lo posible.El lenguaje ya ha entronizado esta filosofía en un latiguillo muy conocido. En efecto, cada vez que la realidad deja sentir su brutalidad -como un engaño o un robo- la frase "es lo que hay" actúa como un eficaz consuelo.Capanna, en realidad, describe a un vencido, al que ya no le importa nada, que de alguna manera está cretinizado, porque sólo piensa en él, y ha renunciado por anticipado ha superarse.Pero querer lo "mínimo" en política, en términos generales, tiene otra connotación filosófica más profunda. Por ejemplo, en la Rusia pre-revolucionaria, los socialistas se dividían en dos facciones, los radicales y los moderados.Los primeros eran conocidos como los "maximalistas" y los segundos como "minimalistas". Los bolcheviques, así, querían cambios radicales de la sociedad, apelando incluso al expediente de la violencia, en tanto que los socialdemócratas preferían cambios graduales y pacíficos.La posición minimalista dentro del socialismo es la que ha prevalecido. Los partidos socialdemócratas que existen en la actualidad conciben la política como el arte de lo posible.En otro orden, se podría decir que hubo filósofos minimalistas, como es el caso de Arthur Schopenhauer (1788-1860). Su pesimismo exacerbado lo llevó a sostener que los hombres se inventan ilusiones (uno de ellas la política) con tal de no ver lo que lo que la vida es: dolor y aburrimiento.El filósofo alemán rechaza al Estado como solución ética frente al inevitable dolor del mundo. Hagamos lo que hagamos, dice, todo lo que sucede es inmodificable.Los planes utópicos se estrellan, una y otra vez, contra la irremediable condición humana, sometida al sufrimiento y a la ruina. Desde esta perspectiva, protestar no tiene ningún sentido.Hay que dejar que las cosas fluyan, nos dice Schopenhauer, para quien nada puede liberar al hombre de la carga de la existencia. Este quietismo filosófico, a decir verdad, lo acerca de algún modo al incrédulo Cándido de la clase media argentina.Schopenhauer, ¿suscribiría la filosofía argentina de que "es lo que hay"?
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