LA INDUSTRIA DE LA GUERRA
La muerte como una cuestión sustentable

Mire si tendremos una sociedad extraña que hasta hubo que crear una ciencia para interpretarla y, aun así, cuánto nos falta.
Por Luis Castillo*
La tecnología, sabemos, fue una de las más importantes genialidades que se nos ocurrió como animales pensantes y creativos a fin de lograr ―o morir en el intento― de poner el mundo, tanto a la naturaleza como a nuestros congéneres, a nuestra disposición.
Los logros, eso también ―si no lo sabemos, es hora de aprenderlo― no son ni fueron gratuitos. Mire si será así que cada vez son más los que están convencidos de que antes, cuando creíamos no tener nada, lo teníamos todo. Algo tan simple pero al mismo tiempo elemental como el aire limpio y el agua pura y accesible. Nada es gratis, decíamos, eso es indiscutible, pero no siempre es tan fácil diferenciar valor y precio. Le hemos puesto precio al confort sin evaluar el daño que conlleva. Y un daño irremediable en muchos casos. En definitiva, estamos quedándonos sin mundo. Así de simple y de contundente, como la muerte misma.
Hasta acá no he dicho nada nuevo aunque nunca está de más recordar que, de todo esto que nos pasa, no somos veedores pasivos sino directamente responsables o, en el mejor de los casos, cómplices. Responsables por acción u omisión, pero partícipes necesarios del ecocidio cotidiano y silencioso.
Ahora bien, los responsables más grandes, sin dudas, son las industrias “sucias” o, mejor dicho y para separar la paja del trigo, los empresarios cuyo amor al dinero supera el amor a su propia descendencia, quien deberá invertir su fortuna para intentar reparar los daños provocados por sus predecesores. El cuento de la buena pipa, ¿se acuerda?
Hay quienes están luchando de verdad y tenazmente para cambiar esto desde sus empresas y otros (estamos llegando al meollo de la cuestión) que manipulan de un modo tan artero estos conceptos que hasta los utilizan como disfraz para seguir haciendo dinero a cualquier costo. Incluso de la muerte, claro. Pero eso ya se dijo.
¿A qué me refiero? A un nuevo mega negocio que involucra a gigantes de la industria armamentística como las míticas Winchester y Remington entre otras y que no es otra cosa que cartuchos y balas biodegradables. No, no es un chiste. Ojala lo fuera. El razonamiento es bastante simple: guerras va a seguir habiendo ya que es la principal fuente de ingresos de los países “desarrollados”, entonces, ya que no vamos a dejar de proveer municiones aunque sea cuidemos un poco el planeta. Si no hay planeta, no hay clientes, obvio.
El nivel de cinismo de la argumentación me parece entre patético y siniestro, así como los rimbombantes títulos con los que ofrecen su mercancía estos verdaderos sicarios: cartuchos ecológicos y balas biodegradables. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos eleva la apuesta y “sugiere”: la nueva munición debería contener semillas que produzcan comida para animales. “Este esfuerzo hará que crezca el uso de semillas de plantas ecológicas que remueven contaminantes del suelo y consumen los componentes biodegradables desarrollados en este proyecto. Los animales deberían poder consumir esas plantas sin ningún efecto adverso”.
Informa en un boletín la CNN: “En los últimos 10 años ha habido un mayor esfuerzo para evaluar los proyectiles de diferentes sistemas de armamento y ver si pueden ser fabricados de manera que perjudiquen menos a quienes los usan y al medio ambiente”.
“Los ejércitos occidentales han incrementado la investigación y el desarrollo de munición con impacto neutral o positivo sobre el medio ambiente, dice Jenzen-Jones, citando el progreso de la compañía noruega Nammo, que produjo balas libres de plomo que ya han sido adoptadas por el Ejército de Suecia.”
Como escribí más arriba: esto no es un chiste, por lo tanto, no hay remate.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”