La pascua del país
El revival setentista en el que se metió al país en estos años, en un giro retro que recuerda el “eterno retorno” niestzscheano, entraña la instalación de un clima ético-político con eje en la confrontación.
Disfrazado en un discurso mesiánico, que reivindica ideales trasnochados de revoluciones fracasadas, el poder maniqueo dividió a la sociedad en buenos y malos.
La política pública abrazó la táctica de amigo-enemigo –siguiendo aquello de que “la política es la guerra por otros medios”- y de esta manera inoculó un clima de crispación social permanente.
Resultado: el resentimiento y el rencor ensombrecen hoy el alma de la nación. Por esta razón, la Argentina ha perdido la amistad social, hipotecando así el sentido de convivencia.
Los argentinos estamos peleados entre nosotros, la discordia reina en los corazones, y la violencia en todas sus formas asecha por doquier, en un contexto de desprecio hacia el otro.
No se puede hacer impunemente un culto político del odio, sin que este veneno haga metástasis en el comportamiento social. Y de las enfermedades morales colectivas no se sale luego fácilmente.
Es crucial comprender, por ejemplo, la dinámica del resentimiento y su poder destructivo. El resentimiento se manifiesta a través del sentimiento de rencor que se puede definir como “odio retenido”.
Cuando la venganza deseada no puede llevarse a cabo, se va acumulando y retrasando hasta el contraataque final, estallando en violencia que elimina al otro.
Una política montada sobre el resentimiento y la vendetta depara los peores males para un país. Porque este sentimiento nefasto contamina luego las relaciones sociales, despertando nuevos odios.
El resentido padece una ceguera moral para el perdón, la donación, la magnanimidad y, de última, es un discapacitado para la paz. La guerra que tiene dentro –en su propio corazón- la proyecta luego a la sociedad.
Pero como ha dicho Martín Luther King, defensor de los derechos de los negros en Estados Unidos: “La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve (...) Nada que un hombre haga, lo envilece más que permitirse caer tan bajo como odiar a alguien”.
Argentina, si quiere superar la discordia que la atraviesa, debe redefinir su escala valorativa, apartando a los que predican el odio y el rencor. Los políticos argentinos, en tanto, deben imitar a líderes que han sabido sublimar el rencor.
Uno de ellos ha sido Nelson Mandela quien salió de la cárcel –donde estuvo 27 años de su vida- sin resentimientos. Su testimonio moral –el coraje de un hombre pacífico- impidió una guerra racial en su amada Sudáfrica.
“Siempre supe –dijo- que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad (...) El amor es más natural al corazón humano que su opuesto, el odio. Incluso en los momentos más horrorosos en prisión, cuando mis compañeros y yo éramos empujados al vacío, podía ver un atisbo de humanidad en los guardianes. Quizá sólo un segundo, pero era suficiente para confiar en la bondad del ser humano”.
Para Mandela siempre hay redención. Basta que el hombre apueste a lo mejor de sí –el amor- contra el odio. Para los cristianos que hoy celebramos la resurrección del Señor, el Amor ya venció.
El reencuentro de los argentinos, sobre la base de la reconciliación y el perdón, es posible. Por eso anhelamos, en actitud esperanzada, la transformación pascual del país.
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