La política es la lucha por el sentido
Como la base real de cualquier régimen político se asienta en el apoyo de los gobernados, los intentos por dirigir la opinión de éstos se convierte en una estrategia crucial.En el siglo XVIII, el pensador inglés David Hume convirtió el tópico en una teoría de Estado. "El gobierno sólo se basa en la opinión", dijo al comprender cabalmente que nada sostiene a los gobernantes excepto el poder concentrado de pareceres semejantes mantenidos por particulares.En tanto, el creador del Contrato Social, Juan Jacobo Rousseau, afirmó algo parecido: "La opinión, reina del mundo, no está sometida al poder de los reyes; ellos mismos son sus primeros esclavos".Dentro del comunismo, fue el italiano Antonio Gramsci, considerado el Lenin de la revolución en Occidente, quien comprendió como ningún otro que la lucha por el poder es una lucha ideológica.Gramsci aconsejaba a los suyos no la toma violenta del aparato del Estado. En lugar de ello, proponía infiltrarse en las trincheras de la sociedad civil (escuelas, medios, iglesias, etc.) en cuyo seno se forma la opinión pública.Sobran en la historia los ejemplos, decía el italiano, donde quienes lograron adueñarse del Estado, sin por ello tener el "consenso" ideológico de la sociedad, debieron finalmente resignar su poder efímero.Una de las fuentes principales de la opinión pública son los medios de comunicación. Los cuales, en una estrategia revolucionaria en clave gramsciana, emergen como una de las trincheras a ocupar.En este sentido, entre los comunicólogos ha sido una obsesión determinar el verdadero poder de los medios sobre los públicos. Una corriente de pensamiento sostiene que los medios son omnipotentes.La llamada "teoría hipodérmica" -así se la conoce- asegura que los medios "inyectan" sus mensajes en el público, el cual los recibe pasivamente y responde según pautas prefijadas.Si, como dice Hume, "el gobierno sólo se basa en la opinión", se comprende que quienes poseen la capacidad de condicionar a los públicos, como en este caso los medios, tengan a su vez un poder de presión inmenso sobre la esfera política.En la Argentina muchos sindican a determinados grupos multimedios -como Clarín- por su capacidad para derrocar y poner gobiernos. Estos conglomerados tendrían, así, un poder de fuego mediático determinante en el proceso político.Frente a esta influencia, en la otra vereda, están los que proponen un control de los medios por parte del Estado. En el fondo se trata de suplantar un monopolio por otro.La intentona recuerda el argumento de "1984", la novela del británico George Orwell, escrita en 1948. En ella imagina un régimen político, mezcla de nazismo y estalinismo, que utiliza los medios de comunicación para dominar a la sociedad.Se podría decir, en suma, que la lucha por el poder es la lucha por el sentido. A los fines de la dominancia, no interesa la opinión de la gente en sí misma sino su manipulación.En teoría, la democracia tuviera que ser un sistema de gobierno guiado y controlado por la opinión de los gobernados. La cual debiera ser, así, lo suficientemente autónoma para juzgar sobre temas de naturaleza pública.Sin embargo, al estar expuesta todo el tiempo a flujos de información exógenos (que recibe del poder político o de instrumentos de información de masas), la opinión del público corre el riesgo de ser dirigida desde afuera.Como al poder -no importa su naturaleza- le interesa dominar, se entiende que pretenda controlar el proceso de formación de la opinión de la sociedad.
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