La sobreexigencia hace infelices a los niños
La llamada "niñez urbana", criada en ambientes de clase media y clase media alta, suele vivir atareada por una agenda impuesta por los padres. Un mundo infantil de tensión en el cual se extingue el juego espontáneo.De esta tendencia habla un artículo aparecido este domingo en el diario La Nación, bajo el título "Bajo presión". Allí se cuenta que familias sin apuros económicos son proclives a un formato de infancia controlada y sobreexigida.En realidad es un fenómeno global, que afecta a un espacio socio-cultural específico. Y de hecho es posible rastrearlo en ciudades del interior, como Gualeguaychú, donde se ve a chicos siguiendo un estilo de vida estresante.Algunos de ellos, por ejemplo, agregan a la jornada en la escuela, un sinfín de actividades educativas (como idioma, computación, música, teatro) y otras vinculadas a lo físico (como artes marciales, gimnasia, danza, fútbol, tenis, natación).El dato es la existencia de una pesada "agenda", que por lo pronto ha convertido al juego libre y espontáneo en una especie en extinción. Pero lo más dramático, es el estrés que le provoca a los chicos este ritmo.A la larga, la hiperexigencia y la escasez de tiempo libre les pasan factura a los niños, quienes empiezan a mostrar signos de agotamiento, de falta de atención y de dificultades en su relación con los demás.Es el momento en que los padres y sus hijos pequeños terminan en el consultorio de especialistas (psicólogos o psicopedagogos). "Actualmente se observa una excesiva demanda para cumplir con ciertos objetivos que tienen que ver con lo educativo. Y esto, que desde mi punto de vista es consecuencia de un modo generacional de educar, tiene mucho costo para la población infantil".Ese es el diagnóstico que traza el pediatra Eduardo Farabello, para quien los padres modernos, sometidos a un profundo vértigo laboral y tecnológico, están obsesionados porque sus hijos no pierdan el tren de la vida.El fracaso social y laboral de estos últimos, en un mundo cada vez más inestable y competitivo, atormenta a esos progenitores, que están convencidos que la mejor herencia para sus hijos en una buena educación."Todos pretendemos que los hijos nos superen", dice Farabello, al explicar por qué los padres están tan interesados en que sus descendientes desarrollen al máximo sus potencialidades.La regulación de los momentos recreativos, la superabundancia de estímulos y actividades dirigidas, que rodean a muchos chicos de clase media y alta, estarían ligadas a las expectativas que rodean a los adultos.¿De quién es el deseo, entonces? Ésta es la pregunta crucial que atraviesa la problemática. Los especialistas coinciden, al respecto, en que la "agenda" de los chicos responde más al deseo de sus padres que al de ellos mismos.El niño dirigido, hipercuidado, hiperregulado y controlado, inserto en un circuito de clases, talleres y actividades, sería así el resultado de las fantasías y temores de los adultos.Además, un mercado rentable ha crecido alrededor de este tipo de infancia. Las propuestas educativas dirigidas a actividades extraescolares son muchas y variadas.En realidad, en la Argentina habría dos infancias. Una "hiperenseñada" y otra "hiperhumillada", según cree Cairo Sastre, licenciada en gestión educativa. La primera infancia estaría privada del juego debido a un nivel de exigencia "que, por ir más allá de los saludable, enferma".Para los integrantes de la otra infancia, lo lúdico perdió sentido ya que están condenados a estar "por fuera del sistema, en los márgenes, deseantes frustrados, achicados y con el resentimiento del fracaso, del no poder".
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