La solidaridad humana que suscitan los mineros
Algo muy íntimo y profundo nos conecta con esos mineros chilenos que han pasado 70 días perdidos en el fondo de una montaña. De hecho nadie ha quedado indiferente a ese cautiverio y liberación. Que todas las miradas del mundo, gracias a las comunicaciones, estén puestas en la mina de Copiapó, observando cómo 33 personas son rescatadas dramáticamente de las entrañas de la tierra, es algo más que un fisgoneo mediático.Ocurre que las experiencias límite, cuando un hombre o grupo de hombres son probados hasta el extremo, pasan a ser patrimonio de todos. Porque ahí es como que si se jugase el destino de la especie, más que el de los individuos.¿Hasta dónde puede llegar el hombre puesto en un trance difícil como éste?, es la pregunta lógica que se hace cualquiera de nosotros, observadores ajenos al acontecimiento.Los mineros han pasado meses, enterrados en una masa compacta de piedra a 700 metros de profundidad, sin ver la luz, y en medio de una incertidumbre vital.¿Cómo pudieron convivir allí en un mundo circundante tan estrecho? ¿Qué espíritu de camaradería habrá reinado para que la desesperación no cundiera, y pudieran resistir?¿En qué momento -si hubo alguno- estuvieron a punto de renunciar a luchar, ante la adversidad abrumadora en la que estaban metidos? El éxito del rescate, hoy, nos permite decir que el hombre posee, por difíciles que las condiciones sean, un instinto de conservación extraordinario.Es decir, que hay una fuerza en él que lo lleva al heroísmo de vencer la influencia del medio hostil en el que vive. "No hay en la vida ninguna situación que el hombre no pueda ennoblecer haciendo algo o abundando", escribió Goethe.Esos mineros chilenos querían vivir y esta voluntad se puso a prueba estos días. Es una enseñanza para una época nihilista, que se sumerge insensiblemente en el vértigo del hedonismo.El psiquiatra Víctor Frankl, creador de la tercera escuela vienesa de psicoterapia, construyó una teoría psicológica a partir de la adversidad y el dolor.Pudo sobrevivir a cuatro campos de concentración nazi, entre ellos Auschwitz, pero sus padres y otros miembros de su familia murieron en el Holocausto."Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo", decía Frankl, al explicar que el hombre soporta lo inaudito cuando lo guía un propósito o lo alienta una firme esperanza.Podría decirse que los mineros chilenos fueron empujados a una situación extrema donde debieron poner a prueba su voluntad de vivir, sabiendo que los esperaban los suyos y había una tarea por hacer.Seguramente, después de la pesadilla, ellos ya no serán los mismos. Es muy probable que la experiencia límite que atravesaron producirá cambios cualitativos importantes en sus personas, incorporándoles un nuevo y radical punto de vista.¿Cómo enhebraran nuevamente el hilo de sus vidas privadas? ¿Cómo procesarán los recuerdos de angustia en la mina? La necesaria adaptación a vivir nuevamente en la familia, ¿acaso será traumática?La comparación involuntaria de nuestra propia situación con la de los mineros se hace inevitable. Y puestos en relación con ellos, un sentimiento de solidaridad nos inunda.Al principio sus sufrimientos allí bajo tierra, despertaban un principio universal: la conmiseración. La lástima, decía Schopenhauer, "disipa todas las diferencias entre los hombres y yo".Hoy que los vemos liberados, emergiendo vivos del cautiverio de piedra, otro sentimiento, la alegría, nos vuelve a recordar que hay hechos espontáneos que unen a las personas.
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