La tendencia a seguir la influencia grupal
¿Somos libres a la hora de pensar o de tomar una decisión? ¿Seguimos los criterios que emanan de nuestra conciencia autónoma? ¿O somos más gregarios de lo que suponemos, y nos sometemos a los dictados del grupo? Michel de Montaigne (siglo XVI) pensaba que la sabiduría era patrimonio individual, aunque aconsejaba respetar la esfera pública, que en su opinión tenía leyes intrínsecas."El hombre sabio debe retirar la mente internamente de la muchedumbre vulgar, y conservar esa misma libertad y poder de juzgar libremente sobre todas las cosas; pero, en asuntos externos, debe seguir estrictamente las modas y formas recibidas de la costumbre", escribió el autor de los 'Ensayos'.Jean-Jacques Rousseau (siglo XVIII), por su lado, tenía una posición ambigua: el hombre está dividido en dos seres; uno contiene sus verdaderas inclinaciones e intereses; el otro se configura bajo el yugo de la opinión. El autor de 'El Contrato Social' sostenía que aquí reside una tensión difícil de resolver."Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja la persona y la propiedad de cada miembro con la fuerza de la comunidad, y en la que cada uno, aunque unido a los demás, sólo se obedezca a sí mismo y permanezca tan libre como antes. Éste es el problema fundamental", sostuvo al imaginar una sociedad futura.Como sea, esta división de la vida en dos partes -individuo por un lado y colectividad por otro- es propia de los que reivindican el libre albedrío, que postula que los humanos tenemos el poder de elegir y de tomar las propias decisiones, aun contra las tendencias grupales.Sin embargo un sector de las ciencias de la conducta, proveniente de la psicología social, viene insistiendo que la libertad individual es tan sólo una ilusión, y le da crédito a una serie de experimentos que revelarían que el hombre es tan gregario como cualquier animal.La especialista en opinión pública Elisabeth Noelle-Neumann, por ejemplo, cuestiona la tradición intelectual que subestima la existencia del individuo aislado temeroso de la opinión de sus iguales.Según sus estudios el miedo al aislamiento, a la mala fama, a la impopularidad, hace que las personas se plieguen al grupo. Neumann afirma que los humanos tienen desarrollado un olfato especial para detectar los cambios de opinión en el entorno, y esto confirma su perfil gregario.La medición del miedo al aislamiento público, sostiene, se ve en el hecho de que la gente calla sus convicciones cuando la opinión predominante es otra y las expresa libremente cuando coincide con ella.Otras investigaciones empíricas muestran que la influencia grupal suele ser decisiva. Como la "del grupo mínimo" formulada en 1971 por Tajfel, Billing, Bundy y Flament.Según esta teoría cuando las personas se consideran como miembros de un grupo, aunque sea bajo criterios sin importancia y completamente absurdos, inmediatamente se produce un favoritismo endogrupal en sus actuaciones y opiniones, y tratan de favorecer a los miembros de su grupo.Si encima la pertenencia al grupo reporta beneficios económicos, la lealtad puede ser absoluta. Puede ocurrir, por ejemplo, que el grupo ofrezca empleo, dinero, o poder a sus miembros.Si es así, la adhesión de éstos a la colectividad puede devenir en ferviente fanatismo. En la política, en el fútbol, o en otras expresiones, el paradigma "del grupo mínimo" revela que el individuo es tan gregario como interesado.
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