La tentación de seguir siempre la corriente
Hay razones para sospechar que el ser humano -gregario por naturaleza al fin y al cabo-, prefiere sucumbir al grupo social, antes que pensar y actuar por sí solo.Hace décadas el psicólogo Irving Janis explicó detalladamente que el "pensamiento de grupo" hace que cada miembro de una agrupación adecue su opinión a la que él cree es el consenso de ésta.Lo decisivo, en todo caso, es que el individuo prefiere abdicar de sus preferencias en favor de la opinión del grupo, al que le confiere autoridad moral sobre él mismo.Friedrich Nietzsche, ese filósofo maldito, ha escrito páginas punzantes contra esta moral del "rebaño". En su opinión, lo colectivo termina amputando lo "singular" en el hombre.Él se autodefinía un "espíritu libre", alguien que piensa de un modo diferente a como cabe esperar atendiendo al medio social o a las opiniones predominantes.Es normal, en este sentido, que haya renegado por ejemplo de participar en un partido político. "Quien piensa mucho no tiene las aptitudes requeridas para militar en un partido; porque pronto su pensamiento lo llevará más allá de ese partido", escribió.Nietzsche, no obstante, reconoce que quienes se adaptan a la sociedad, o se arropan en un grupo, la pasan mejor. "Los hombres más similares, más habituales han tenido y siempre tienen ventajas", dijo."Los más selectos, más sutiles, más raros, más difíciles de comprender, ésos fácilmente permanecen solos en su aislamiento, sucumben a los accidentes y se propagan raras veces", afirmó.El filósofo parece decirnos que el ejercicio de pensar por sí mismo, sin malla social, enaltece al ser humano, lo hace mejor, aunque el precio del ostracismo, y de la adopción de una vida solitaria."Es preciso -dice- apelar a ingentes fuerzas contrarias para poder oponerse a este natural, demasiado natural progressus ín simile (progreso hacia lo semejante), al avance del hombre hacia lo semejante, habitual, ordinario, gregario -¡hacia lo vulgar!".La reflexión nietzscheana empalma con el ideal del individuo emancipado e independiente, dispuesto a pensar, sentir y actuar en contra de la sociedad, a vivir "contracorriente".Sin embargo, no es así como funciona la sociedad, nos dice por su lado la especialista en opinión pública Elisabeth Noelle-Neumann, para quien la adaptación al grupo pesa más que ese ideal romántico de singularidad.Para ella, el miedo al aislamiento es más fuerte y de ahí que los individuos tengan desarrollado un gran olfato para percibir "casi instintivamente las opiniones que les rodean", y opten así por adaptar sus comportamiento a las actitudes predominantes."Nuestra naturaleza social nos hace temer la separación y el aislamiento de los demás y desear ser respetados y queridos por ellos. Con toda probabilidad, esta tendencia contribuye considerablemente al éxito en la vida social", sostiene.La pregunta es: ¿en qué medida el espíritu gregario, esa inclinación tan humana al mimetismo social, no es un factor que despersonaliza, al punto de eliminar al que piensa y actúa por su cuenta?¿Cuál es la suerte del que no piensa con y como los demás? ¿Se lo sacrifica, entonces en aras del consenso del grupo, devenido así en una suerte de poder despótico?El filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-55), para quien el individuo y su libertad son anteriores a la sociedad, alertó contra el colectivismo que despersonaliza."Llevar a un individuo a volverse Individuo es hacerle el mayor bien", decía dando a entender que la vocación humana no está en seguir la corriente, o en someterse al dictado de la opinión del grupo social, sino en seguir la propia conciencia.
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