EL CRIMEN DE GUTIÉRREZ
La tormenta no alcanza para despejar los fantasmas del pasado

La muerte de Fabián Gutiérrez, trajo otra vez la Argentina del pasado. La domiciliaria de Báez fue la ratificación. No es lo mismo claro, pero hay demasiados puntos de contacto. Y esa Argentina, que sigue oscura y tenebrosa nos va a perseguir siempre. Si no hay justicia, habrá impunidad. Si hay impunidad hay descreimiento. Y si no se cree no hay futuro. ¿Tan difícil es de entender?
Por Jorge Barroetaveña La aparición del cadáver de Gutiérrez en El Calafate reavivó viejos fantasmas. Fantasmas que van y vienen al ritmo de la justicia argentina, siempre afín a los vientos políticos que soplan. No hay, por ahora, nada concluyente que conecte el pasado reciente del ex secretario de los Kirchner, con su terrible final. Los suspicaces harán hincapié en que la encargada de investigar es la hija de Alicia, sobrina de la vicepresidenta Cristina Kirchner. Que Gutiérrez era uno de los tantos imputados arrepentidos que revelaron detalles del tráfico de dinero durante el kirchnerismo y que se la tenían jurada. Que es otra víctima, de tantas, cuyo caso quedará envuelto en las mismas dudas que persiguen el final de Nisman, Julio López o Lourdes Dinatale. Que volvemos a cometer los mismos errores quedó evidenciado en la reacción de un sector de la oposición que buscó sacar un rédito político. La movida, que firmó Bullrich pero tuvo el aval del ex presidente Macri, los pasó de víctimas a victimarios. Es insólito, nuestra clase dirigente vuelve a cometer los mismos errores, como si no tuviera capacidad de aprendizaje.
La muerte de Santiago Maldonado fue utilizada políticamente por el kirchnerismo, con Cristina a la cabeza. Hubo marchas, protestas y hasta pedidos de renuncia. Llegaron a decir que no había democracia y que habíamos vuelto a los años oscuros de la dictadura. La ciencia demostró finalmente como murió Maldonado y en qué circunstancias. Todo lo que se dijo, fue inútil. No pasaron 50 años. Apenas un trienio después, la reacción de un sector de la oposición fue bastante parecida. Provocó de hecho un sismo entre dirigentes, algunos abiertamente disgustados por el uso que se estaba haciendo de un hecho desgraciado. Desnudó al cabo, las diferencias que hay en el amplio abanico de Cambiemos y las facturas que todavía están pendientes después de la derrota del año pasado. El ex presidente Mauricio Macri se ha vuelto una presencia molesta para varios de sus socios. Los radicales tienen el debate propio también irresuelto sobre cuál será su verdadero rol dentro de la alianza. Miran con ansiedad a figuras como Martín Lousteau, que podrían ser una buena síntesis de lo que buscan. Tampoco otras figuras como Cornejo o Morales se resignan a ver pasar otra vez el tren de la historia. En el PRO siguen conviviendo a los codazos los viejos socios, aunque cada vez más temas los divorcian. Es lo que expuso el comunicado de Bullrich y que acompañaron Cornejo y Ferraro con su firma. La relación de Macri con Vidal quedó fría después del 10 de diciembre. El ex presidente sabe en el fondo que su estrategia de impedir el desdoblamiento de las elecciones, terminó condenando a la gobernadora a caer derrotada por Kicillof. La dejó sin chances de poder pelear mano a mano. Más distante aún es la relación con los cuadros más políticos del PRO, con origen en el peronismo, como Emilio Monzó o Rogelio Frigerio, en el desarrollismo. Con Horacio Rodríguez Larreta la historia es bien distinta. ¿Quién se puede atrever a cuestionarle algo a Larreta que tiene que lidiar con la más fea? No sólo por tener que enfrentar la pandemia, sino también por estar obligado a convivir con un gobierno nacional y otro provincial, de distinto signo político. Hace 4 meses, el Presidente tenía en agenda pasarle la tijera a los fondos que recibe CABA. La pandemia y su incipiente relación con el Jefe de Gobierno porteño habrán alcanzado para borrar aquel objetivo? Es la espada de Damocles, de tantas, que no deben dejar dormir a Larreta que gambetea entre el reclamo de los porteños por la cuarentena y las presiones de Kicillof para que no se despegue. Es probable que la desorientación opositora tenga puntos de contacto con la multiplicidad de reclamos que hubo en las manifestaciones del sábado. Vicentín y la propiedad privada, comerciantes y cuentra propistas que no pueden trabajar, la domiciliaria a Lázaro Báez son motivos tan diversos como justificados seguramente. Salvo las agresiones a los que sólo cumplían con su trabajo. Esa fuerza amorfa, que reclama por todo y al mismo tiempo por nada, es también producto de la desesperanza que ha invadido a millones de argentinos. Y la peor lectura que se puede hacer del fenómeno es, justamente, no hacerla. O ignorarlo. O restarle importancia. Es la cuarta manifestación popular que debe soportar el gobierno de Alberto Fernández. Que lleva apenas medio año de mandato. A la deuda, se le sumó la pandemia. Y a la pandemia se le sumaron todas y cada una de las historia de los que se ven afectados. Sin contar los muertos, que aquí han sido muchos menos que en otros lugares. Hay algo que se llama angustia colectiva que ningún gobierno puede borrar de un plumazo. Hay que apretar los dientes y, a esta altura, sin vacuna a la vista, rezar para que la tormenta pase lo más rápido posible.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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