POR LUIS CASTILLO
La trampa de Tucídides
El filósofo George Santayana, en una de sus obras más reconocidas "La razón en el sentido común" sentenció: Quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo. Qué duda cabe.
Por Luis Castillo* “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”, escribió Carlos Marx al inicio de su libro “El 18 brumario de Luis Bonaparte” en donde repasa críticamente los hechos que llevaron al Corso a traicionar los ideales que promulgaba la Revolución Francesa e instaurar una irreverente monarquía constitucional. Tucídides fue, quizás, el primer historiador que puede ser considerado como el creador de una historiografía científica, es decir, que basó sus escritos en recopilación de datos y sus análisis fueron el resultado en términos de causa-efecto, sin hacer referencia a la intervención de dioses. Su obra “Historia de la guerra del Peloponeso” narra los acontecimientos ocurridos durante la guerra en el siglo V a. C. entre Esparta y Atenas y, sobre este trabajo histórico y sus reflexiones, se inspira la hoy denominada “Trampa de Tucídides”. En su obra, el ateniense narra cómo Esparta, la ciudad-Estado griega más poderosa del momento, vio amenazado su poder por el rápido ascenso de Atenas, que aspiraba a convertirse en la potencia hegemónica. El temor a que el poder ateniense siguiera creciendo, fue lo que llevó a Esparta a declarar una guerra “preventiva” contra Atenas. Los atenienses perdieron finalmente la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), finalizando así sus ansias de expansión. En 2015, Graham Allison, politólogo de Harvard, basándose en esta historia propuso utilizar el término “La trampa de Tucídides” en referencia a ejemplos históricos –dieciséis en su investigación− de cómo pueden caer en la trampa de la lucha por la hegemonía dos potencias, una en declive y otra en ascenso, e ir a la guerra en pos de sus objetivos. De los dieciséis casos que Allison analiza, doce de ellos culminaron en una conflagración entre las dos partes y, el modo en que resolvió fue, o bien con el afianzamiento de la gran potencia o la caída de este con el surgimiento de un nuevo poder hegemónico. Según el mismo autor –y muchos otros coinciden en su mirada con mayor o menor pasión apocalíptica− es que se observa como un hecho innegable que China le está disputando la hegemonía a la potencia actual, Estados Unidos, tanto en al campo económico como el militar y el tecnológico. Así, en esta metáfora tucidideana, una nueva Atenas representada por China desafía al poder en aparente declive de la nueva Esparta, Estados Unidos. En los últimos 3 años, según informes del Pentágono, se registraron 18 “incidentes de alto riesgo” entre el ejército chino y el norteamericano. El 30 de setiembre de 2018, en aguas del Pacifico, dos gigantescos buques de guerra se aproximaron peligrosamente; el destructor Decatur y el lanzamisiles Lanzhou estuvieron a punto de colisionar en el Mar de China. Apenas 40 metros de distancia los separaron y fue porque el Decatur decidió cambiar su rumbo y no estrellarse. El diario South China Morning Post, de Honk Kong, tituló la noticia: “La próxima guerra mundial comenzará con una de estas disputas militares entre Estados Unidos y China”. Clarito, ¿no? A este tipo de episodios cada vez menos aislados se suman las provocaciones mediáticas. Cristopher Wray, director de la CIA en la era Trump, afirmó: “China representa la amenaza más amplia, concreta y a largo plazo y es un peligro para la sociedad”; para la diplomacia China: “La administración Trump ha puesto un cuchillo en la garganta de Pekín y busca frenar el ascenso de China”. A diferencia de la guerra fría que en los ´60 enfrentó a Estados Unidos con Rusia, en aquel momento, recordemos, la Unión Soviética era una potencia nuclear pero económicamente insignificante, lo que no sucede ahora con el gigante asiático, cuya economía ya representa los dos tercios de la norteamericana. De seguir ambas potencias con el mismo ritmo de crecimiento que hasta ahora, la economía china será un 50% mayor que la de Norteamérica en 2023 y tres veces mayor en 2040; además de la economía, lo superará en campos estratégicos como la inteligencia artificial, la electromovilidad, la economía digital y los semiconductores. Para los estadounidenses, acostumbrados a la idea de que su país es y será el número uno, la sola idea de que China pueda llegar a superarlos les parece inconcebible. En la guerra mediática que hacíamos mención, los diarios del norte y sus aliados no dejan de hablar de la “desaceleración” china y la “recuperación” de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de su “desaceleración”, China crece tres veces más rápidamente que EE UU. Según el Fondo Monetario Internacional, ya en 2014 China sobrepasó a Estados Unidos convirtiéndose en la primera economía en términos de paridad de poder adquisitivo. La historia, sin embargo, nos demuestra que no siempre estas tensiones terminan en guerra. Aunque es verdad que son las menos, solo cuatro de esas dieciséis crisis que mencionamos al comienzo de la nota. Nadie puede saber qué sucederá en los próximos años, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que, en el peor de los escenarios, los daños colaterales serán de dimensiones inimaginables. En este contexto –al decir de Luis Dallanegra Pedraza− “América Latina fue siempre periférica; en ningún momento logró el papel de sujeto activo de su propio desarrollo o de su inserción mundial. Su destino estuvo ligado a factores de poder internos e internacionales, entre los que Gran Bretaña y Estados Unidos jugaron un papel central, merced a élites internas funcionales. La geopolítica fue desdibujada por las fuerzas armadas, cooptadas por Estados Unidos con su esquema de seguridad frente al conflicto Este–Oeste. Se trató más de hipótesis de conflicto regional que de una auténtica geopolítica.” y concluye “América Latina no es un actor político en el mundo, es más un objeto en los intereses y aspiraciones de otros Estados o actores trasnacionales que sujeto activo de su propio destino; por ello debe construir un poder subrepticio capaz de transformarla en un actor confiable dentro del sistema mundial y con impacto en las decisiones de la comunidad internacional. Como se ve, América Latina tiene frente de sí un destino que construir. Ojalá que empiece ya, pues el mundo no la va a esperar.” En definitiva, aunque la hora siga teniendo sesenta minutos, los instantes parecen más fugaces y los tiempos -al menos, se juzgan- más breves. Nuestro país y Latinoamérica toda parecen no poder recuperarse de las heridas de las sucesivas conquistas y, en un laxo adormecimiento provinciano, una vez más parecemos condenados a ser espectadores y no protagonistas de un futuro que, aunque incierto, nos pertenece. Como escribe Camus “ Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras toman a la gente siempre desprevenidas”. No me parece que la resignación sea el camino y mucho menos creer que alcance con soñar el cambio para que cambie lo que a prima facie es inmutable. Quisiera no tener que darle la razón a Galeano cuando, escéptico y triste escribía con sus venas abiertas: “La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será.” *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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