La vida que se juega en la niñez
Los psicólogos y pedagogos, a través de distintos estudios, sugieren que la dedicación y el cariño que reciben los chicos es una variable decisiva que condiciona su desarrollo posterior como adulto.La teoría de la personalidad que hace eje en el medio ambiente familiar y social ha tenido varios partidarios. Cabría incluir aquí a Jean-Jacques Rousseau, filósofo de la Ilustración, para quien el hombre nace bueno pero lo corrompe la sociedad.No hay una maldad original en el corazón humano, decía el pensador ginebrino. Pero la civilización pronto se entromete, generando personas infelices y corruptas. "Lo que sale de las manos del Creador es bueno, degenera cuando interviene la mano del hombre".Ése es el mensaje central de "Emilio, o De la educación" (1762), la novela didáctica con la cual Rousseau ofrece instrucciones orientadas a resolver el problema de la maldad humana adquirida.Más allá de la validez de lo planteado en la obra, del valor pedagógico del experimento, lo interesante es rescatar la idea roussoniana de reforma social a través de la infancia.En el pasado los griegos ya habían cifrado todas sus esperanzas en la "paideia", o educación de los niños, con vistas a la formación del hombre virtuoso.Desde entonces, los pedagogos (del griego: phaidon-niño; gogos-conducir) han quedados justificados socialmente: al confiárseles la infancia, sobre ellos descansa el futuro de la sociedad.Los estudios empíricos que miden la influencia del medio ambiente en el desarrollo de los niños abundan en Estados Unidos. Hace poco Nicholas Kristof, columnista de The New York Times, bajo el título "El coeficiente intelectual se nutre de mimos", dio cuenta de los resultados de informes académicos que avalarían la hipótesis según la cual hay una relación directa entre el cariño recibido en la infancia y el desempeño posterior.La diferencia ya se establece en animales. En efecto, el neurólogo de la universidad McGill, Michael Meaney, en experimentos con ratas, observó que los animales bebés que recibían más atención de sus madres (eran lamidos y acicateados más tiempo), resultaron ser más hábiles para encontrar el camino en el laberinto, eran más sociables y curiosos.La versión humana del lamer y acicalar -abrazar y besar a los bebés y leerles cuentos- podría fortalecer igualmente a nuestros hijos y también a la sociedad, concluye Kristof, quien de hecho asegura que algo de eso dice un estudio de la Universidad de Minnesota.La investigación, que comenzó en la década de 1970, siguió a 267 chicos de madres primerizas de bajos ingresos durante casi 40 años. "Concluyó que el hecho de que un niño recibiera afecto de los padres en los primeros años de vida constituía un indicador tan exacto como el cociente intelectual de si terminaría o no los estudios secundarios", destacó el columnista de The New York Times.En su opinión, este estudio revela que puede romperse con la perpetuación de la pobreza en las clases bajas. Una reforma social, así, haría eje en la educación en la primera infancia y en los programas de educación de los padres.El periodista, en tanto, cita un libro sobre el tema, escrito por Paul Tough, llamado 'Cómo triunfan los niños', donde se lee que "no hay herramienta anti-pobreza más valiosa que la fortaleza, la perseverancia y el optimismo", y esas cosas, que hacen al carácter de las personas, no son innatas sino que se contagian por el medio ambiente.
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