La violencia urbana y una controversia que no acaba
El aumento del delito y la criminalidad es un tópico contemporáneo que suscita múltiples interpretaciones. ¿Mal inherente a la naturaleza humana o fenómeno imputable a la organización social?Antes de que existiese el capitalismo tal cual lo conocemos, Thomas Hobbes (1580-1658) decía que los seres humanos son criaturas mezquinas y egoístas, a las que solo les interesa su propia supervivencia y prosperidad.Todos sabemos que esto es cierto, decía el autor de Leviatán, aunque queremos creer lo contrario. Sin embargo, la experiencia cotidiana revela que el hombre mismo se pertrecha ante los demás."Medite entonces él, que se arma y trata de ir bien acompañado cuando viaja, que atranca sus puertas cuando se va a dormir, que echa el cerrojo a sus arcones incluso en su casa, y esto sabiendo que hay leyes y empleados públicos armados para vengar todo daño que se le haya hecho, qué opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de sus conciudadanos cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No acusa así a la humanidad sus acciones como lo hago yo con mis palabras?", razona en Leviatán.Con esta visión sombría de la condición humana, se entiende la teoría política de Hobbes a favor de una sociedad sometida a un fuerte control policial. Sin un poder soberano que imponga orden, se cae en la barbarie.La tesitura del inglés, considerado el primer filósofo político de la modernidad, no da cabida a hacerse ilusiones sobre la posibilidad de extirpar la criminalidad. Cualquier intento en este sentido, sería una empresa condenada al fracaso de antemano.Los sociólogos tienden a pensar, sin embargo, que la desdicha humana reside en la mala organización de la sociedad. Las existencias individuales se malogran a causa del sistema, causa eficiente de todo.Aquí la visión más radical al estado presente del mundo podría formularse en estos términos: la sociedad burguesa, al exacerbar el egoísmo competitivo y las desigualdades sociales, es el caldo de cultivo de la criminalidad.Frente a este tipo de razonamiento cabría preguntarse: ¿acaso existe o existió un modelo de sociedad donde fue exterminado de raíz el delito? ¿El hombre dejó de robar y de matar, por caso, en el comunismo? ¿No fue el socialismo real un experimento carcelario, del tipo que imaginaba Hobbes?A falta de un modelo alternativo, y tras la caída del Muro de Berlín, hay quienes proponen atemperar los rasgos más descarnados del capitalismo, haciéndolo más integrador y menos excluyente.Pero además de limitar la lacerante y creciente desigualdad, a través de un esfuerzo redistributivo de la riqueza, pregonan una batalla cultura que desmitifique las promesas del consumismo.Esa es la tesis, por ejemplo, del sociólogo Aldo Isuani, profesor de la UBA e investigador del Conicet. En un reciente artículo, sostiene que la frustración que provoca una invitación masiva a consumir, pero con crecientes masas de excluidos, termina siendo la raíz profunda de la violencia urbana.Lo dramático de la situación, según Isuani, es que los excluidos ya no desean modificar el orden social sino que pugnan por "incorporarse al festival de consumo impúdicamente ofrecido, pero en la práctica negado".El capitalismo habría logrado democratizar el deseo por los bienes de consumo -todos quieren lo mismo- pero no así el acceso a esos bienes. La excitación del deseo a gran escala, sin mínima satisfacción, crea las condiciones para la violencia social.Isuani propone, por tanto, "un esfuerzo cultural gigantesco que permita superar el consumismo como único camino a la felicidad". La propuesta, sin embargo, no aclara cuáles serían los valores alternativos a los del consumo.¿Qué se le dice a una generación que privilegia el bienestar material? ¿Qué cosas la movilizarían más allá del shopping y la diversión?
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