TODO ES HISTORIA
La vitivinicultura argentina a lo largo de los años
La vid fue traída a América por los europeos. Los primeros registros datan de 1493 cuando Cristóbal Colón, en su segundo viaje, introdujo las primeras variedades en Centroamérica, pero por el clima de la región no se desarrollaron. A mediados del siglo XVI llegaron a Perú, de ahí pasaron a Chile y a partir de 1543 se introdujeron en la Argentina y se extendieron en el centro, oeste y noroeste del país.
por Fernando Piciana
Aunque las primeras vides del país fueron plantadas a mediados del siglo XVI, la industria vitivinícola se forjaría doscientos años más tarde. Un tiempo antes, el general José de San Martín, conocedor y amante de los buenos vinos, sentó a su mesa al teniente Manuel de Olazábal, junto a los señores Mosquera y Arcos, con la intención de demostrar que ya por aquel entonces los americanos le daban preferencia a lo extranjero. A las botellas de vino de Málaga (España) les puso “de Mendoza” y viceversa. Después de la comida, San Martín sirvió los vinos para ver si los comensales estaban de acuerdo con sus preferencias. Del primer vino, los invitados opinaron que era rico, pero sin fragancia y pasaron al de Málaga (que era de Mendoza). Ambos exclamaron que había una gran diferencia y que no se podía comparar entre este tinto exquisito y el anterior. El general sonrió y les dijo “caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo y se dejan alucinar por rótulos extranjeros”.
Hubo otro de los grandes próceres que también fue clave en la historia de la vitivinicultura nacional: Domingo Faustino Sarmiento, cuando era presidente, le encargó al gobernador de Mendoza, Pedro Pascual Segura, la contratación del Michel Aimé Pouget, exiliado de la persecución napoleónica y refugiado en Chile. Así, el ingeniero agrónomo francés fue el que introdujo cepas de su patria de alta calidad (Vitis vinifera) como el Malbec.
En 1853 se funda la Quinta Normal de Agricultura, la primera escuela de agricultura del país. Un par de años más tarde empezarían a llegar los primeros grandes cambios en los vinos gracias a la escuela de enología en Mendoza. Pero, sin dudas, la promulgación de las leyes de aguas y tierras favoreció la llegada de inmigrantes a la región cuyana, muchos de los cuales conocían bien las técnicas de cultivo de uvas y de elaboración de vinos. Cabe destacar que la llegada del ferrocarril a la provincia, además de hacer mucho más económico el transporte del vino, permitió introducir maquinarias que mejoraron el proceso de producción.
Hasta entrado el siglo XIX y de la mano de esos inmigrantes, se levantaron grandes bodegas desde Salta (1831, Colomé) hasta la Patagonia (1909, Humberto Canale), pasando por San Juan (1870, Santiago Graffigna) y Mendoza (1884, Escorihuela Gascón; 1889, San Felipe; 1902, Catena Zapata; entre otras). Muchos de esos establecimientos, hoy centenarios, siguen en actividad.
Una de las mujeres más importantes de la industria fue Lucila Barrionuevo de Bombal, vecina de la localidad de Rodeo del Medio (Maipú, Mendoza), quien donó a los a los monjes salesianos unos terrenos para construir la capilla y el colegio Don Bosco (actual Facultad de Enología). Allí, en 1933, se dictó la primera clase de un ciclo de tres años en Agricultura y Enología.
Durante casi cuatro siglos, el vino más consumido en la Argentina fue el Carlón, que se hizo famoso (y requerido) por una de las leyes de la corona española (siglo XVI) que prohibió el cultivo de la vid en sus colonias americanas durante varias décadas y, por lo tanto, el vino debía ser importado desde España. Aquel vino proveniente de Benicarló (Valencia) era a base de Garnacha y se le agregaba, durante la fermentación, mosto concentrado cocido (como se hacía durante el Imperio romano) para preservarlo mejor durante más tiempo.
Hacia 1900, el mayor destino de ese tinto popular, denso y potente (casi 16 grados) que debía rebajarse para poder ser bebido, era el puerto de Buenos Aires. Pero poco a poco los vinos locales fueron evolucionando, principalmente los de Cuyo, y no solo comenzaron a expandirse, sino también a conquistar los paladares de la época.
En 1959 se sancionó la (aún vigente) Ley Nacional de Vinos Nº 14.878 y se creó el Instituto Nacional de Vitivinicultura. Hasta ese entonces (desde 1936), la tarea fiscalizadora estatal estaba a cargo de la Junta Reguladora de Vinos. Fueron años en los que el consumo se catapultó hasta batir el récord mundial de 90 litros anuales per cápita.
La producción de las bodegas no era suficiente para satisfacer la creciente demanda y hubo una sucesión de hechos que atentaron contra la calidad y hasta la legalidad del vino, lo cual impactó de lleno en la industria y generó una estrepitosa caída de las ventas. Así, entre 1978 y 1991, se llegaron a erradicar más de 50 mil hectáreas de viñedos, incluyendo 45 mil de Malbec.
No obstante, algunas bodegas seguían produciendo vinos de alta calidad y se subían a la moda de los varietales, impuesta por Estados Unidos para competir con el Viejo Mundo. Fue el auge de los tintos y blancos del Napa Valley, principalmente los Cabernet Sauvignon y los Chardonnay, que inspiraron el siguiente gran cambio en los vinos nacionales, que hasta entonces se hacían emulando a Francia, Italia y España.
En los noventa, con la llegada de la convertibilidad, comenzó un proceso de reconversión y modernización, que continúa hasta hoy. También se inició un proceso de recuperación de fincas implantando variedades de alta calidad enológica y, aunque la cantidad de hectáreas sigue rondando las 220 mil, hoy 43 mil corresponden al Malbec, nuestra cepa emblemática.
Por otra parte, el origen de los vinos se ha vuelto más importante que las variedades. Pero cabe destacar que en 1989 fue aprobada la reglamentación de la Denominación de Origen Controlada (D.O.C.) Luján de Cuyo para todos los vinos elaborados a base de Malbec en la zona. Es la primera D.O.C. del país.
La salida de la convertibilidad tentó a muchos empresarios y bodegueros del mundo a invertir en terruños argentinos, motivados también por los consejos de afamados flying winemakers como Michel Rolland, Paul Hobbs y Alberto Antonini. A comienzos del siglo XXI, el vino argentino ya apostaba solo por la calidad, la diversidad explotó, las exportaciones se volvieron relevantes y el Valle de Uco se convirtió en uno de los terruños más preciados.
Actualmente, agrónomos y enólogos trabajan en conjunto, practicando una viticultura de precisión y con la menor intervención posible en bodega en pos de lograr vinos más auténticos y que reflejen su origen.