Las distorsiones de la democracia

Las elecciones primarias constituyen un avance para seleccionar candidatos, pero el carácter obligatorio les quita la posibilidad de ser un índice real del interés ciudadano. A eso se añade que los oficialistas no pueden designar candidatos porque ya se los eligió el gobernador. Mario Alarcón Muñiz Dentro de 14 días estaremos votando. Para qué, no se sabe muy bien porque no elegiremos a nadie. Se paralizará el país; la gente se movilizará como en un día de elecciones; a unos cuantos los arrastrarán a la fuerza cargándolos en autos y ómnibus porque "te hemos dado la ayuda y si no venís te la van a quitar; la boleta es esta, cuidado con cambiarla" y cosas por el estilo, que bien conocemos. Pero todo seguirá igual. El 9 de agosto sólo se designarán candidatos que competirán por "el bueno" recién el 25 de octubre. Eso es todo.En el mejor de los casos estamos ante un ensayo general. En realidad se trata de una encuesta, de la que no participa un núcleo reducido de personas al que se adjudica la representatividad del resto -como siempre sucede en las encuestas-, sino la totalidad del electorado. Es la única encuesta seria con números reales. Las comunes dejan mucho que desear, según se reiteró hace una semana en la ciudad de Buenos Aires, donde ninguna empresa encuestadora acertó el pronóstico. No es la primera vez que ocurre. Por eso llama la atención la insistencia en otorgarles la trascendencia de una decisión anticipada.No me agrada denominarlas PASO (primarias, abiertas, simultáneas, obligatorias). Trato siempre de esquivar las siglas -mientras se puede- porque me parecen una deformación idiomática. Además no creo que este comicio deba ser obligatorio. Precisamente el carácter de elección interna que se le ha otorgado, indica que su obligatoriedad es un despropósito. Del dedo a la internaEn la Argentina la gran mayoría del electorado carece de filiación política. En consecuencia está al margen de la confrontación de los partidos o corrientes de opinión. Si esto es bueno o no, puede ser materia de otro análisis. Mientras tanto, es una realidad. Un buen porcentaje quizá muestre afinidades o simpatías en determinado sentido, pero no vive colgada de los dirigentes, sus actividades y declaraciones. Menos a su servicio.En consecuencia, carece de sentido obligar al electorado, sin distinciones, a concurrir a un comicio primario. Que quienes lo deseen tengan el derecho de hacerlo, es un progreso incuestionable de nuestra democracia. La obligatoriedad lo desvirtúa.Hace un siglo los candidatos eran elegidos a dedo por el caudillo o el mandamás. Se avanzó luego hacia las asambleas o convenciones partidarias, pocas veces exentas de manejos y acomodos ("trenzas" en el lenguaje político). Perón introdujo una modificación. Era él quien elegía los candidatos sin margen de discusión.Los radicales idearon las elecciones internas allá por los años '50. Con el tiempo los demás partidos adoptaron el sistema, inclusive el peronismo en 1983. Este movimiento produjo la mayor movilización del país para elegir candidatos, cuando en la interna de 1988 se enfrentaron Menem y Cafiero. Creo que en alguna oportunidad hemos recordado aquél episodio que cambió la historia política argentina. Probablemente con Cafiero las cosas hubiesen sido diferentes. Pero es sólo una hipótesis y también puede motivar una consideración distinta. Para buenos dirigentesSe advirtió años más tarde que el sistema de elecciones internas adolecía del defecto de circunscribirse a los afiliados de cada partido, dejando al margen a la mayoría de los ciudadanos que en la elección general estaban obligados a votar por candidatos de cuya nominación no habían participado. Se los convocaba a optar, no a votar.De ahí la importancia de abrir las internas. El panorama adquiere así una amplitud más democrática. Tiende al perfeccionamiento del sistema. Por eso carece de sentido obligar al ciudadano. No es democrático hacerlo. Si se desea elegir candidatos mediante el mejor método posible, se debe entender que en esa instancia la abstención es un derecho. Quizá sea desinterés y este es un dato que el buen dirigente merece recibir y debe interpretar. Desde ese punto de vista hasta le conviene quitarle obligatoriedad a las primarias porque tendrá un panorama mucho más claro y verdadero a partir del interés que demuestre el ciudadano.En tal sentido el nuevo proceso político que se abre, sean quienes fueren los depositarios de la confianza popular, deberá contemplar una modificación de las normas electorales a fin de perfeccionarlas. De ser así, no pocos observadores consideran acertadamente que el período entre las primarias y las generales debe ser mucho más extenso que los escasos 75 días del calendario actual.Quede claro: no se cuestionan las primarias, sino su obligatoriedad. A la vez cabe aclarar, para evitar confusiones, que las generales deberán continuar siendo obligatorias durante muchos años más, conforme a nuestra cultura política.Mientras tanto, suelen ser los dirigentes quienes se encargan de desvalorizar los instrumentos de la democracia. El actor más dinámico de esta desvalorización ha sido por estos tiempos el gobernador Urribarri. "Las PASO son una herramienta formidable de la democracia para la elección de postulantes", dijo días pasados, en tanto borraba de un plumazo a un montón de precandidatos para que la lista de su partido fuera una sola y a ningún desubicado se le ocurriera opinar.Dentro de 14 días estaremos votando. Pero serán primarias rengas. A los ciudadanos se les obliga a expresarse, pero de antemano a muchos se les ha quitado la posibilidad de opinar y elegir. Así se pone en riesgo la democracia.
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