Las elites y la eterna lucha por la hegemonía
Aunque la democracia postule el "gobierno de todos", y éste sea el régimen político aceptado en Occidente, la política no ha dejado de ser, aunque en forma solapada, una guerra entre elites.Hace poco el sociólogo y director de Poliarquía Consultores, Eduardo Fidanza, reivindicó el fenómeno señalando que las peleas que se libran en la superestructura política en Argentina son un reflejo de una contienda entre grupos.Se trata de una contienda hegemónica, cuyo objetivo es el dominio político, económico e ideológico de una fracción sobre el resto. Al parecer, esta querella se potencia en la cima del poder, porque se ha abierto una brecha.Lo que está en disputa es si el kirchnerismo, como bloque histórico, tras ocho años de dominio, tiene más vida en 2011. O por el contrario, el poder en Argentina muta hacia nuevos dueños.Es decir, se asiste hoy a una batalla por el poder económico y simbólico entre elites que aspiran a tomar no sólo el control del Estado, sino los resortes de la sociedad civil.En este reparto por el poder y la influencia, los altos dirigentes, en las distintas esferas, se reagrupan alrededor de intereses afines, enancados sobre todos en negocios actuales y futuros.Fidanza comenta el proceso de realineamiento empresario, en la nueva fase política. "Muchos anhelan la dorada época de Menem, cuando imponían las reglas del juego que el Estado renunciaba a fijar", señala."Otros se aferran a subsidios y aranceles para tapar la ineficiencia o se ponen en la cola de los amigos del poder", dice respecto a otros "capitalistas".En el mundo gremial también se verifica un proceso en el cual mientras "la vieja guardia sindical protege o incrementa sus cajas y negocios", otros sindicatos esperan caer bien parados si se da un barajar y dar de nuevo dentro de este frente.El comunista italiano Antonio Gramsci especuló mucho sobre las crisis de autoridad. Advirtió que en política la hegemonía ideológica tiene prioridad sobre el dominio o dictadura.Un sistema de poder está en problemas, sostuvo, cuando la elite dirigente pierde prestigio e influencia entre los gobernados. En concreto, cuando pierden "consenso" entre estos últimos.Allí radica la verdadera "hegemonía" de una clase dirigente: en la adhesión ideológica de los dirigidos. (No es casual, en este sentido, el esfuerzo del kirchnerismo por concentrar toda su energía en la batalla mediática).Fue el sociólogo Wilfredo Pareto (1849-1923) quien dijo que en toda sociedad, incluso en las más democráticas, hay una división entre la elite (o aristocracia) y la masa (o mayoría silenciosa).La evolución histórica repite de forma permanente esa división: de la masa surgen ciertos individuos innovadores que suelen ganar el apoyo de las mayorías para derrocar o sustituir a la elite dominante.Pero una vez llegados al poder se vuelven, como sus antecesores, un grupo conservador que busca la permanencia en el mismo. Para ello utilizan la corrupción, la astucia o la violencia.Según Pareto, las aristocracias no duran; de hecho la historia es un cementerio de elites. No hay nada nuevo bajo el sol -ni habrá- advierte: las elites llegan y se van, un ciclo que se repite una y otra vez.La lucha por la hegemonía entre facciones es algo verificado por la teoría política científica. Parece claro, también, que estos enfrentamientos condicionan al resto de la sociedad.Ahora bien, que esta querella suponga un aporte para diseñar un mejor país, eso ya es harina de otro costal. De hecho a la hegemonía, en tanto dominio, no le interesa otro fin más que ella misma.
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