OPINIÓN
León XIV, alegría compartida y tiempo de renovación

*Por el Pbro. Gregorio Agustín Nadal Zalazar. Cura párroco de la Basílica de la Inmaculada Concepción; Filial de San Juan de Letrán.
Hay momentos que tienen un brillo especial, capaces de tocar los corazones más allá de credos o fronteras. La elección de un nuevo Papa es uno de ellos. No es solo un acto eclesial; es una celebración universal. Una señal de que algo nuevo comienza, de que la historia sigue abierta a la esperanza.
Ver aparecer al nuevo Pontífice en el balcón de San Pedro, escuchar su nombre por primera vez, contemplar su sonrisa y su primer gesto humilde... Todo eso tiene una fuerza simbólica profunda. En un instante, millones de personas alrededor del mundo se sienten parte de una familia más grande, unidas por la fe, el asombro o simplemente por la emoción de presenciar un momento histórico.
Cada Papa trae consigo un estilo, una sensibilidad, un modo de estar en el mundo. Pero más allá de las particularidades, todos tienen algo en común: nos recuerdan que la Iglesia es una casa viva, en camino, siempre nueva, sostenida por la fuerza del Evangelio y la alegría de la fraternidad.
En estos días, se respira una alegría serena en muchas comunidades. Se comparten fotos, bendiciones, frases esperanzadoras. Se reza con entusiasmo, se sueña de nuevo. Y es que el nuevo Papa es mucho más que una figura pública: es un rostro de cercanía, una voz de unidad, un signo de renovación interior.
Como decía el querido cardenal Eduardo Pironio, con palabras llenas de fe: “Dios siempre sorprende. Cada Papa es una gracia nueva para la Iglesia y una bendición para el mundo”.
Recibimos entonces al nuevo Papa con los brazos abiertos y el corazón dispuesto. Sabemos que su presencia ya está despertando sonrisas, renovando compromisos y encendiendo esa chispa única que llamamos esperanza. Es tiempo de agradecer, de celebrar y de mirar hacia adelante con confianza. Porque la alegría del Evangelio sigue viva, y el nuevo Papa es un testigo de ello.