Lo más difícil siempre es pensar el porvenir
Argentina gasta mucha energía intelectual en preguntarse por la superpotencia que no fue. Como contrapartida, abruma la falta de ideas para imaginar el porvenir."No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió", dice una canción. A nosotros, los argentinos, el lamento por lo que no fuimos, ese regodeo nostálgico por el país malogrado, nos consume.Seguimos ensayando una nueva explicación acerca de la decadencia que nos golpea. La Argentina como "promesa incumplida" tiene fascinados a los intelectualesSeguimos evaluando por qué razón el camino que hemos seguido, las ideologías que hemos abrazado y las recetas que hemos puesto en práctica, no han resultado o han sido un fracaso.Por eso nuestra obsesión por el pasado; esa pasión casi malsana por revisar la historia. Y por eso la política se ha quedado sin ese nervio motor de imaginar el futuro.No es casual, en este sentido, que lo agonístico (la lucha) del oficio político se haya devorado su dimensión arquitectónica (su tensión hacia el bien común, que incluye el porvenir).Aquí el pasado, o su uso interesado, es un insumo clave de la lucha por el poder. En el plano intelectual la pregunta ¿qué nos pasó? ha sustituido a la más crucial ¿qué hacer?El mundo ha cambiado, el contexto internacional es radicalmente otro, los desafíos de la sociedad contemporánea son inéditos, y da la impresión que los argentinos seguimos interrogándonos cómo es que todo pasó y no como queríamos.Al respecto, nuestro narcisismo nacional nos juega una mala pasada. Como nos consideramos el ombligo del mundo, no se nos ocurre pensar que seguramente fuimos nosotros los equivocados, en lugar de la historia.Pareciera que a nuestra clase dirigente no se le cayera una idea sobre el futuro. De hecho los discursos que manejan muchos de sus miembros huelen a viejo, a esquemas mentales apolillados.O remiten a otro contexto histórico o son tributarios de la observancia ideológica. Quizá son programas que han tenido sentido en determinada época, pero que piden ya una honrosa jubilación.El problema es más grave: la pasión por el pasado, y esto de abrazar banderas que ya nadie sabe exactamente qué quieren decir, encubre la ausencia de instrumentos intelectuales para pensar el presente y el futuro.Octavio Paz, al explicar el porqué de la desventura mexicana, sospecha que en realidad los latinoamericanos nunca pensamos por nuestra cuenta. Hemos sido incapaces así de inventar un modelo de desarrollo acorde a nuestro perfil.Además, "gente de las afueras, moradores de los suburbios de la historia, los latinoamericanos somos los comensales no invitados que se han colado por la puerta trasera de Occidente, los intrusos que han llegado a la función de la modernidad cuando las luces están a punto de acabarse", escribió el lúcido escritor mexicano.Está demás decir que este ejercicio de pensar supone asumir la crítica, esa actividad que necesita para su despliegue de la libertad. Algo que en nuestras pampas es mirado con desconfianza por los inquisidores que se erigen en custodios del dogma oficial.Un mundo nuevo, un contexto histórico inédito, supone pensar de nuevo. ¿Lo entiende esto la elite argentina? Quizá no lo advierta, pero empeñarse en recetas fracasadas y de otra época conduce al suicidio.En Argentina -por qué no decirlo- están extendidas la vagancia y la desidia intelectuales. La ley del mínimo esfuerzo nos lleva a creer que los antiguos métodos y las categorías del pasado son infalibles.En realidad, esto es el autoengaño, es no querer mirar la realidad cara a cara. Una forma de negación -otra más- que perpetúa la decadencia. Lo más difícil, lo más audaz, es aceptar que las nuevas y extrañas realidades que nos salen al paso, obligan a pensar otra vez.A pensar no ya el pasado, sino el futuro.
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