Lo que ocultan los discursos incendiarios
Las palabras nunca son inocentes. No sólo porque provocan reacciones, sino porque suelen encerrar un significado que va más allá de ellas mismas. Hasta delatar estructuras mentales.¿Cómo descifrar, por caso, los dardos lingüísticos lanzados contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia por Hebe de Bonafini, una dirigente encolumnada en forma absoluta con el gobierno?En un acto organizado el martes por el oficialismo, orientado a presionar para que se destrabe la Ley de Medios, Bonafini cerró el evento diciendo que los jueces eran "turros", reciben "sobres con plata", y eran "cómplices" de la "dictadura" y la "tortura"."Arranquémosle a la Corte la decisión que es nuestra. Saquémosela de las manos y si tenemos que tomar el Palacio de Tribunales, tomémoslo", arengó.Sigmund Freud nos enseñó a desenmascarar las palabras, al hablar de esa especie de traición que nos hace el inconsciente haciéndonos decir cosas que pensamos pero que nos avergüenza expresarlas.Ahora todo el mundo se pregunta, no sin razón, si Bonafini no encarna el inconsciente del oficialismo, de forma que ella dice sin filtro, sin censura, lo que piensa el gobierno K.Los exabruptos, en ese caso, no responderían a ella sino que remitirían a una estrategia política actual. Pero es más que eso: en realidad le presta voz a una concepción del poder y de la sociedad que hunde sus raíces en los '70.Y los setentistas no fueron democráticos ni republicanos, sino revolucionarios. Nunca creyeron verdaderamente en la democracia ni en los partidos políticos. "La democracia burguesa y la partidocracia", les decían con asco.La legisladora Norma Morandini, una víctima de la dictadura militar, ha tenido el coraje ético de reconocerlo. "Pertenezco a esa generación que antes que decirse democrática se definía revolucionaria. En nombre del socialismo se aceptaba la violencia como forma política", ha escrito.Suprimir y satanizar a otro -en este caso los jueces- entra dentro de la lógica de los regímenes totalitarios -como el nazismo o el stalinismo- que en nombre de supuestos ideales causaron tragedias humanas.Esto de invocar todo el tiempo los derechos humanos y luego negar el derecho de los otros a pensar distinto, a los que encima se descalifica y amedrenta, es una contradicción en sí misma.Pero el otro -el que no está conmigo ni piensa como yo-, es parte indisoluble del sistema democrático. Ahora, si para fortalecer argumentos propios es necesario atacarlo, entonces la política es la continuación de la guerra por otros medios, según los métodos e ideales totalitarios.Esta cultura política es profundamente maniquea, es tributaria de una mentalidad que divide a las personas en buenas y malas, y se alimenta del odio.Así, aquel que tiene un pensamiento distinto no es visto como un argentino. No, es antipatria, es miembro de una raza maldita, al cual hay que eliminar.Pero ninguna persona, partido o sector puede arrogarse la representación de la patria, ya que la forman todos los que se sienten argentinos. Hoy, dramáticamente, como en los '70, pululan los fiscales del pueblo y la patria.Por otro lado, embestir contra uno de los poderes del Estado, es "destituyente" de la legalidad compartida. Desconocer las instituciones esenciales de nuestro sistema republicano, nos retrotrae a la época donde no imperaba la ley sino la voluntad del más fuerte. Demás está decir que también existe la violencia simbólica. Usar palabras ofensivas revela que el lenguaje articulado desde la política no ha podido despojarse de aquella atmósfera de maltrato propia de algún pasado autoritario.La palabra agresiva promueve la violencia. No es menos importante, real y efectiva que una violencia activa. Ya que también posee efectos reales sobre las personas.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios

