“Los adolescentes no quieren ser adultos y los adultos se adolescentizan”

Vivimos un tiempo en que los chicos no quieren crecer y los adultos queremos parecer jóvenes. Eso dijo el psiquiatra Bernardo Leimester durante una charla sobre adolescencia en el Instituto Villa Malvina.Por Marcelo LorenzoLa idea de una adolescencia como tránsito vital, siempre problemático, hacia la adultez es parte del pasado. Hoy en realidad los chicos no quieren ser grandes, al tiempo que la sociedad adulta se adolescentiza.Para el psiquiatra Bernardo Leimester esta inversión de los roles -de profundo impacto en la vida familiar, educativa y laboral- ha llegado para quedarse de la mano de la posmodernidad.Se está frente a un estado de la opinión y de las costumbres que implica la caída de un ideal, el de la adultez, identificado con lo obsoleto, y la exaltación subsecuente de la juventud, expresión de un vitalismo deseado."El péndulo histórico ha sido siempre: de la niñez a la adultez. Y esto porque los chicos querían ser grandes. Pero hoy, ¿quién quiere crecer? ¿Quién quiere ser adulto en una posmodernidad que propone a la adolescencia como modelo social?", reflexionó Leimester.La tesis descriptiva ("No estoy abriendo juicio de valor, sino describiendo una situación", repitió) la expuso ante un nutrido auditorio conformado por padres, docentes y alumnos de distintos profesorados que se dieron cita, el18 de mayo pasado, para escucharlo, en el marco del ciclo de charlas organizado por el Instituto "Malvina Seguí de Clavarino" (Villa Malvina) en torno a la temática "Familia y Escuela. El desafío de educar a los jóvenes en el mundo de hoy".A contrapelo de la modernidad, donde la adolescencia era vista como una etapa "incómoda" o "de paso", como un proceso de incubación que facilitaba enfrentarse con lo más importante de la vida, la etapa adulta, resulta que hoy los jóvenes de 13 a 20 años se ven a sí mismos como seres completos y al mismo tiempo "geniales", destacó el expositor.Por otro lado, razonó, si antes estas jóvenes generaciones ocupaban el lugar del no-saber, de la ignorancia, mientras que la llegada al mundo adulto significaba una puerta abierta al conocimiento, hoy esos jóvenes se creen particularmente dotados, portadores de bienes culturales valiosos.Esto ha sido posible gracias a una cultura que halaga sus cualidades innatas y porque vivimos, de última, en un tiempo donde "se glorifica la adolescencia", destacó el especialista.El resultado de este cambio es que estos jóvenes parecen no anhelar con desesperación formar parte del mundo adulto y la adolescencia ya no semeja una edad conflictiva de la que haya que huir rápidamente."La adolescencia ha dejado o está dejando de ser una etapa del ciclo vital para convertirse en un modo de ser que ha llegado para quedarse", sostuvo Leimester, al explicar que se estaría en presencia de un modelo social al que hay que llegar e instalarse en él para siempre.La sobrevalorización juvenil (los chicos son los referentes centrales) tiene su contracara: la adultez ha perdido gradualmente su valor. De suerte que ser adulto no sólo ha dejado de ser un ideal para las nuevas generaciones, sino que de esta condición reniegan los propios adultos.Pero no sólo eso: mientras la cultura vigente exalta el vitalismo de la juventud, sobre todo su condición biológica, el adulto acomplejado aspira al cuerpo adolescente y también a su forma de vida."La realidad es que los adultos nos hemos adolescentizado. Es decir, nos queremos parecer a los adolescentes. Pasó la época en la que los jóvenes estaban deseosos de vestirse como sus padres o hacer lo que ellos hacían (usar pantalones largos, fumar, tomar alcohol en el caso de los varones; maquillarse, usar medias de seda o tener novio por el lado de las mujeres). Ahora son los padres los que tratan de vestirse o de adoptar formas de conducta de sus hijos", relató el expositor. LA NUEVA ADOLESCENCIA El psiquiatra llamó la atención sobre el hecho de que en Occidente -producto de cambios vinculados a la aparición de la sociedad posindustrial y la asunción del paradigma posmoderno- la adolescencia ya no es considerada como una crisis."Se ha desdibujado la idea que teníamos de un ser humano que pasó la pubertad y que todavía se encuentra en una etapa de formación, en lo tocante a la estructuración de su personalidad. Y que ve al adulto como un modelo a seguir", indicó."Hoy asistimos, en cambio, a la glorificación de la etapa de la adolescencia. Ser adolescente es la gloria. Es el modelo a seguir. El cuerpo adolescente es el modelo estético de perfección. Hay un culto al físico del joven. Él sabe que esto es más importante que su mente, su cabeza. El cuerpo es más importante que el conocimiento", describió.Alrededor del proceso de adolescentización de la sociedad occidental, Leimester insistió en que en ella el "conocimiento ha dejado de ser un valor", un asunto que impacta en el corazón del sistema educativo.Asociado con esto, comentó que antes la adolescencia era sinónimo de rebeldía intelectual y cultural. Rebelarse contra los padres y las obligaciones de la sociedad se emparentaba con un deseo de cambiar el mundo, lo que implicaba en muchos casos la frecuentación de libros y de autores.El conformismo adolescente de hoy corre paralelo, según el expositor, con un desprecio hacia los valores de la inteligencia. "Aunque eso no significa, paradójicamente, que no se aspire a un título universitario", indicó.Según Leimester, si antes la adolescencia era un período estable y corto, hoy tiene visos de ser interminable. Comienza antes (a los 10-12 años) pero su terminación no está clara.Esto está vinculado, dijo, a los cambios en la economía. El paso a la madurez siempre se vinculó a la independencia económica, a la inserción en el mercado de trabajo.El problema es que esa independencia, que antes se conseguía más o menos pronto, hoy se ha vuelto un ideal esquivo. La falta de posibilidades de trabajo, y la formación profesional más larga, han estirado considerablemente la adolescencia. CHICOS VULNERABLES Leimester trazó paralelamente un cuadro inquietante de los adolescentes posmodernos, sugiriendo que ellos son víctimas de una sociedad que mientras por un lado los halaga, por otro, les cierra las puertas.El especialista habló de "modelos fallidos de crianza" que impiden que los chicos puedan luego enfrentar la vida. Y esto producto de una cultura que les dice todo el tiempo que "para conseguir las cosas basta con desearlas", como si no fuese necesario hacer ningún esfuerzo para alcanzarlas."Estos adolescentes son genéticamente más frágiles, se frustran con facilidad cuando chocan con la realidad. Como no tienen recursos de carácter para lidiar con las dificultades propias de la vida, algunos entonces desarrollan conductas nada aconsejables", diagnosticó."Por esta baja tolerancia a la frustración estos chicos son muy proclives a la depresión, al uso de sustancias adictivas, al suicidio, a un estado psicológico de desolación y desesperación, y a la baja autoestima", afirmó.Ante esta situación que se ha vuelto bastante común, el especialista sugirió que los adultos ayuden a los adolescentes a "desarrollar mecanismos de supervivencia", al tiempo que insistió en la necesidad de plantearles que la vida presenta dificultades y contratiempos, que el mercado de trabajo es "competitivo", y que nada se consigue "sin esfuerzo y disciplina".Una idea cultural de época les ha hecho creer a estos adolescentes que "todo lo van a tener con sólo desearlo", haciéndolos más hedonistas y narcisistas. Esto está en las antípodas, dijo Leimester, de la necesidad de postergar gratificaciones para adquirir distintos hábitos y destrezas.Con respecto al futuro profesional, indicó que la mayoría de los adolescentes, alentados por sus padres, pretende ir a la universidad, pero ese deseo no se corresponde con la realidad de que aprender y estudiar implica un "trabajo arduo y absorbente", algo para lo que los jóvenes no están preparados.
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