Los argentinos y los despojos ideológicos
Las élites gobernantes han sido alternativamente fascistas, socialdemócratas, neoliberales y otras yerbas. Pero ¿por qué tenemos la impresión de que la política es siempre la misma?De hecho que alguien en estas pampas se defina desde una filosofía política, desde un identikit ideológico, aporta escasamente a su comprensión. Se diría que es un detalle o un adorno curioso, pero no más que eso.Un primer examen de la historia argentina, sobre la base de categorías ideales, podría hacernos concluir que aquí se han aplicado todas las teorías políticas habidas y por haber, y sin embargo ninguna ha funcionado.Sería, por lo pronto, un interesante tópico para una tesina de grado en ciencias políticas. A propósito el escritor Jorge Asís, bajo el seudónimo "Jorge de Arimatea", publicó no hace mucho "Fumadores de ideologías".Con su particular estilo provocador e irónico, allí describe de qué manera la política argentina contemporánea se nutre de vaciamientos de programas ideológicos en boga.Según su tesis el poder se deglute las ideologías de época, al punto de anularlas y esto en "detrimento de estructuras preparadas para la producción de adversarios". El principal maestro de esta técnica, dice el peronista Asís, fue Juan Perón."En los cuarenta, Perón supo fumarse, en pipa, al socialismo. A través de la adopción, para su ideario, de las retóricas reivindicaciones sociales que reclamaba la izquierda en el vacío. Para aplicarlas, y después del despojo apartarlos del juego".Sobre el particular, es conocida la inquina de la izquierda tradicional con el peronismo, al que acusó siempre de haber abortado la revolución en Argentina, porque apartó a los obreros argentinos del ideario marxista.La operación fumata, dice Asís, dejó una escuela. "Perón se fumó a los socialistas. Alfonsín se fumó a los intransigentes. Menem se fumó a los liberales. Kirchner se fuma a las organizaciones humanitarias", describe.En tanto, el periodista Jorge Fernández Díaz, desde una óptica más formal, en un artículo titulado "El país del autoengaño", aparecido en octubre del año pasado, aborda la esquiva suerte de los discursos ideológicos en los distintos gobiernos.Asegura que Alfonsín abrazó la socialdemocracia, para al cabo malversarla con su impericia económica. Menem hizo algo parecido con el neoliberalismo, al destruir el mercado propiciando monopolios, déficit fiscal y cambio fijo. Y Kirchner va camino de convertir en cenizas el nacionalismo de izquierda, acentuando la brecha entre ricos y pobres, construyendo un capitalismo de amigos y degradando las instituciones.Díaz sostiene que "no tenemos pruebas de que bien aplicadas, a conciencia y sin farsas" esas ideologías no hubieran funcionado en el país. Como dando a entender que las élites argentinas han sido violadoras sistemáticas de ideas."Esas filosofías políticas dieron buenos resultados en otros lugares del mundo, pero en manos argentinas siempre parecen inventos atados con alambre, sin rigurosidad científica, contaminados de picardías criollas y mentiras, hechos a la bartola, escenificados con pomposidad y fatalmente destinados al fracaso", escribió.Es interesante esta última reflexión porque pone el acento en la antropología. Hay que decir que la política es expresión de la cultura de un país, antes que un terreno donde se aplican recetas ideológicas importadas.Aquel dicho de Luis Barrionuevo: "Si los políticos dejamos de robar durante dos años, se arregla la crisis", tiene la virtud de desmitificar la cuestión ideológica. Porque para robar, de última, no se necesita ser de izquierda o de derecha.
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