Los canturreos de Glenn Gould
Por Esteban Russell
Especial para El Día
Mi primer contacto con este pianista canadiense fue en 1996, en ocasión de la compra de un número de la revista española de música “Amadeus”, que a sólo diez pesos (convertibilidad vigente) traía un CD con las Variaciones Goldberg interpretadas por Gould. Además del CD, la revista traía comentarios sobre la pieza y su intérprete.
Las Variaciones Goldberg son una pieza que Bach compuso en 1741 a pedido de un discípulo suyo que era clavecinista particular del embajador de Rusia en Dresde. Le pidió una pieza que fuera útil para conciliar el sueño del embajador, que sufría un severo insomnio y siempre pedía que le tocaran piezas agradables y alegres para poder dormir. Esas Variaciones fueron denominadas Variaciones Goldberg, el nombre de aquel clavecinista.
La primera de las variaciones me cautivó, aunque había algo en la grabación que molestaba, un sonido extraño que no alcanzaba a descifrar. La propia revista develó el misterio al explicar se trataba de la mismísima voz del pianista, un canturreo, apenas perceptible a veces, más fuerte otras, que acompañaba toda la obra. Mi indignación se encendió: ¿cómo se le ocurría a este hombre, por más buen pianista que fuera, enturbiar, empañar la perfecta obra de Bach, con el sonido de su voz? Y ni siquiera era el canto de un barítono, ¡era un sonido gutural, emitido con la boca cerrada!
Así que durante un tiempo escuché resignado, y mascullando maldiciones a Gould, las Variaciones. Pero de a poco, y al principio sin aceptarlo conscientemente, el canturreo se me hizo indiferente, y luego, imprescindible; no me imaginaba las Variaciones sin él.
Es que el canturreo acompañaba a la melodía de un modo muy especial, como siguiéndola de atrás - como un perro a su amo - pero juntos formaban, para mí, una unidad melódica. Es cierto que las Variaciones sin el canturreo siguen siendo las Variaciones (como salieron de la cabeza de Bach, nada menos) y el canturreo sin las Variaciones seguramente sea insignificante. Pero de lo que no tengo dudas es de que el canturreo mejora las Variaciones.
Además, el canturreo cobra su sentido de manera más plena en la forma de entender la música, de interpretarla, o mejor, de vivirla, que me parece tenía Gould. Este pianista no era sólo un intérprete, no estaba por un lado él y por otro la música. No: él y la música eran una unidad. No sólo ponía sus manos como todos los pianistas, ponía su cuerpo entero: movía su cabeza pendularmente, torcía su espalda, miraba hacia arriba largos momentos. Cuando terminaba una obra ponía las manos con las palmas frente al piano, como diciendo “pará acá”, o a veces juntaba las manos también con las palmas frente al piano, y las separaba de golpe, en el clásico gesto de “se acabó”. También, cuando ejecutaba con una sola mano, con la otra “dirigía” o llevaba el compás.
También ponía su voz, como ya hemos visto, y su persona toda, como puede notarse en su expresión, arrobada, en éxtasis, completamente metido allí, él y el piano, él y la música, sin público, sin nadie.
En el final de las Variaciones, como se puede ver en un video en Youtube, en la última nota, retira la mano del teclado varios segundos luego de haberla tocado, y la retira suavísimamente, con una delicadeza propia de quien está frente a algo divino. Luego descansa los brazos y encorva la espalda dejando los brazos caídos al costado de su cuerpo, como abatido, o incluso muerto del mismo modo que ha muerto la música, al irse definitivamente el último acorde.
Tanto me gusta verlo tocar que mi mujer me dice “se ve que estás loco, porque si no, no te la pasarías mirando a ese loco tocando el piano”. Yo, creo, no estoy loco, o no lo estoy tanto. Gould tampoco lo estaba, aunque hay quienes arriesgan que tenía el síndrome de Asperberg, que es una versión leve de autismo. No soy médico y no tengo idea si padecía o no este mal, pero puesto a opinar como lego, hay algo en sus movimientos físicos, y gestos faciales, frente al piano, que no son “normales”. ¿Genialidad o enfermedad, o algo de cada una? Si miramos otros pianistas notaremos entre ellos y el piano una “distancia” – no sólo física sino de actitud: demuestran más que nada concentración, esfuerzo - mucho mayor a la que puede notarse en el caso de nuestro amigo canadiense.
En sus gestos y posturas hay claramente un desdén, un desinterés absoluto por la impresión que pudieran causar en el público. No estaba entre sus preocupaciones la normalidad de sus movimientos. Y este es precisamente uno de los síntomas del síndrome de Asperberg, la incapacidad, o despreocupación para generar “empatías”. Por tanto no me parece descabellado pensar que efectivamente padecía ese mal. De hecho, siendo muy joven dejó de tocar en conciertos públicos, no le gustaba hacerlo. Decidió tocar sólo en estudios de música, para grabar discos. Lamentablemente, en esas grabaciones se dispuso el micrófono de un modo tal que la voz de Gould es prácticamente inaudible.
Un detalle curioso es que no tocaba en los clásicos taburetes de pianistas, de altura normal y sin respaldo, sino que lo hacía en una silla desvencijada, paticorta y con respaldo. Su padre le había serruchado un buen pedazo de sus patas, de modo tal que su cara quedaba sólo un poco más arriba que el teclado. Además, no tocaba con la espalda muy recta, como todos los pianistas profesionales, sino encorvado. Llevaba este extraño mueble plegadizo a todos los conciertos en los que tocaba, fueran donde fueran. Ahora está en un museo de Ottawa.
Los animo a visitar algunos videos de sus interpretaciones en www.youtube.com.
Probablemente a algunos de ustedes también se les terminará haciendo necesario el canturreo.
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