Los desvaríos de la clase dirigente
Aunque nuestro régimen político se proclama representativo, existe una desconexión vital entre la clase dirigente y la sociedad, una brecha que suele engendrar aventuras totalitarias.En un punto esta clase dejó de ser "dirigente", en el sentido que dirige a otros hacia algún norte. Más bien ha devenido en "dominante", es decir en un grupo que somete a la sociedad para su beneficio.De lo que se trata es de llegar al poder y permanecer en él a como de lugar. El politólogo Eduardo Fidanza, en un interesantísimo artículo publicado por el diario La Nación, describe diez fallos estructurales de la elite argentina.El primero y más grave, dice, es la recíproca denegación de legitimidad de los grupos que intervienen en la vida política. La base de esta conducta está en descalificar por completo al que piensa distinto, no visto como un adversario sino como un enemigo.El segundo rasgo es consecuencia del anterior. Fidanza lo llama "demarcación de territorios". Los políticos, así, actúan como los animales domésticos: se apoderan de espacios de acción, especie de cotos, y allí quieren reinar. "Pretenden apropiarse de toda la renta, simbólica o material, sin contribuir al patrimonio común".El tercer rasgo es el desacople entre poder y autoridad. "Como nadie le reconoce legitimidad al otro, en la Argentina cada sector se dedica a ejercer el poder. El poder sin legitimidad se reduce a la pura fuerza".De esta manera, "hay que ser prepotente, avanzar, apretar, atropellar, ocupar espacios, depredar. La barra brava, el piquete y la patota simbolizan esas conductas".El cuarto rasgo de la clase dirigente argentina es su impotencia para definir el perfil institucional del país. "Desde hace 25 años acatamos formalmente la democracia, pero no deja de corroernos la disputa acerca de cuáles deberán sus características y acentos".El quinto rasgo es la utilización del Estado para fines partidarios. Es decir, hay una eterna confusión entre Estado, gobierno y partido. "Llegar al gobierno supone apropiarse del Estado y usarlo como instrumento arbitrario de acumulación de poder", indica Fidanza.El sexto rasgo deriva de la malversación de la función estatal: es la deserción del Estado de sus funciones básicas. Es decir, éste se pone a hacer muchas cosas (como regentear empresas), pero no garantiza aquello que justifica su existencia histórica: salud, educación, seguridad, justicia y defensa.Al cabo, no hace bien ni lo uno ni lo otro. "El Estado sigue demostrando ser un pésimo administrador de empresas y un ente fracasado para asegurar los bienes públicos". La séptima característica es la fragmentación y pérdida de identidad de las fuerzas políticas. Los partidos políticos son estructuras vaciadas de contenido, que parodian representación social. La política argentina se organiza en torno a "ejes temáticos de coyuntura", sostiene Fidanza.El octavo rasgo de la clase política es su autismo. Enfrascadas en sus luchas intestinas, las elites domésticas viven alejadas de los cambios mundiales, no comprenden ni les interesa saber qué pasa en la realidad internacional.La novena característica es la desigualdad. Argentina es la región que se volvió más desigual en menos tiempo. "Cuando las elites se desentienden de la desigualdad o se acuerdan de ella en ocasiones, se generan resentimiento, frustraciones y violencia".El último rasgo, dice Fidanza, se vincula a la demagogia de la elite: "Significa que cuando la economía marcha bien, se reparte y se promete repartir sin prever los malos tiempos. Se induce a creer que no hay límites".
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