EDITORIAL
Los ideales libertarios detrás de la gesta patria
El proceso revolucionario rioplatense -como todos los acontecimientos históricos de envergadura- halló inspiración en un contexto intelectual donde dominaban las creencias libertarias.
Los criollos que decidieron hacerse cargo del gobierno en 1810 estaban imbuidos de un pensamiento que circulaba con fuerza en Occidente, y que en otras latitudes ya había desestabilizado los poderes fácticos. El antecedente cultural que facilitó un cambio en el curso de la historia en el Virreinato del Río de la Plata y en el conjunto de los dominios españoles en América, empalma con un derrumbe de la teoría del derecho divino de los reyes. Esta teoría postulaba que el monarca era fuente de toda ley y estaba por encima de todo derecho pues era elegido directamente por Dios. Este era el fundamento de los gobiernos absolutistas y autoritarios de la época. La reacción intelectual ecuménica contra el orden monárquico y los poderes absolutos se había incubado a mediados del siglo XVIII, considerado el Siglo de las Luces, con una corriente que impulsaba libertades políticas. Los historiadores aseguran que ya se detectaba en toda Europa un hartazgo popular ante las arbitrariedades del sistema absolutista, y las nuevas ideas libertarias no hicieron más que apurar la caída del régimen. El iluminismo francés, cuyo exponente máximo fue Jean-Jacques Rousseau, autor del célebre “Contrato Social”, postuló que el soberano es la colectividad o el pueblo. Esta idea estuvo detrás de la Revolución Francesa de 1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía absoluta. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyos principios eran “liberté, egalité, fraternité” (en español: “libertad, igualdad, fraternidad”) tuvo una gran repercusión entre los jóvenes de la burguesía criolla. Pero la serie de acontecimientos ocurridos en mayo de 1810 en la ciudad de Buenos Aires, por aquel entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, una dependencia colonial de España, tienen un antecedente todavía anterior. En efecto, la declaración de independencia de los Estados Unidos de su metrópoli inglesa en 1776 sirvió como ejemplo para los criollos del cono sur de que una revolución y la independencia eran posibles. La Constitución estadounidense, además, proclamaba que todos los hombres eran iguales ante la ley (aunque, por entonces, dicha proclamación no alcanzaba a los esclavos) defendía los derechos de propiedad y libertad y establecía un sistema de gobierno republicano. Aunque la difusión de dichas ideas estaba muy restringida en los territorios españoles, pues no se permitía el ingreso de libros no autorizados a través de las aduanas, igualmente se difundían en forma clandestina. Como sea, las ideas de libertad política estaban presentes incluso en el ámbito eclesiástico español. El sacerdote jesuita Francisco Suárez –teólogo que vivió entre 1548 y 1617– había cuestionado ya el concepto del derecho divino de los reyes. El suarismo sostenía que el poder político no pasa de Dios al gobernante en forma directa sino por intermedio del pueblo. El poder, por tanto, reside en el pueblo, quien lo delega en hombres que manejan el Estado. Si dichos gobernantes no ejercieran apropiadamente su función de gerentes del bien común se transformarían en tiranos y el pueblo tendría el derecho de derrocarlos o enfrentarlos, y establecer nuevos gobernantes. Esta concepción se enseñaba en las universidades creadas por España en América, adonde estudiaron muchos de los próceres de Mayo.
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