Los males del modelo de pobreza lingüística
¿Cuántos de nuestros jóvenes pueden armar un párrafo con sentido? ¿Cuántos entienden lo que leen? ¿Y esto, de última, qué importancia cultural y política tiene?El gualeguaychuense Pedro Luis Barcia, desde la Academia Argentina de Letras, viene advirtiendo sobre los males de la pobreza lingüística, aunque con escasa suerte.Cuando se queja de que los jóvenes manejan sólo 250 vocablos, y que el argentino medio habla cada vez peor, no encuentra eco en una sociedad cuyo interés pasa por el fútbol y la compra de electrodomésticos.Y de hecho acaso la advertencia del académico sea injustamente juzgada como la reacción histérica propia de un purista del lenguaje. ¿Pero hablar y escribir bien es el lujo de una minoría culturosa?En realidad cabría preguntarse si el hombre puede prescindir de la palabra. ¿No es el lenguaje un atributo humano esencial? La pregunta antropológica se impone ante la proliferación de minusválidos expresivos.Que mucha gente no logre expresar con claridad lo que piensa, o que tenga dificultades en decodificar el mensaje que recibe, es mucho más que un problema de comunicación.El punto es que sin lenguaje es imposible pensar. Palabra y pensamiento son una misma cosa, como dos caras de una misma moneda. Sin palabras no hay proceso de ideación intelectual.Esta idea ha expresado Vargas Llosa, el premio Nobel de Literatura, al criticar hace poco el modo en que los adolescentes acortan palabras (por ejemplo escriben "te quiero" con una "t" y una "k") y vulneran las reglas gramaticales en los chats de Internet."Si escribes así, es que hablas así; si hablas así, es que piensas así; y si piensas así es que piensas como un mono. Y eso me parece preocupante", ha dicho de manera provocativa, aclarando que tal vez los monos sean más felices que los seres humanos.Ahora, si es cierto que cuando al hombre se le reduce el vocabulario se lo estrecha mentalmente, también lo es que así queda devaluado como ciudadano de un régimen democrático.No hace mucho la lingüista Ivonne Bordelois, a su paso por Gualeguaychú, razonó: "La gente que no sabe hablar tampoco sabe elegir en el momento de votar. No va a saber votar. Es decir, se le cae todo el aparato crítico al no tener vocabulario".La frase no deja dudas: quien no habla bien su lengua, quien es un minusválido lingüístico, declina a la hora de pensar y por esta vía pierde su condición ciudadana.Dicho lo cual cabría preguntarse si aquel poder al que sólo le interesa que le obedezcan, querrá que aquellos que están debajo de él tengan competencia lingüística. Porque la palabra, en este sentido, lo amenaza.La relación palabra-poder, como se ve, es clave. Ya el antiestalinista George Orwel, en el célebre libro "1984", imaginó cómo un régimen totalitario inventa la "neolingua": un idioma que va siendo reducido gradualmente a la menor cantidad de voces posibles. De esta manera se logra limitar la capacidad intelectual del pueblo y se lo prepara para el sometimiento político.La pobreza lingüística, así, describe pobreza mental, a través de lo cual se socava la autonomía humana. A menos voces, menos conceptos, menos desarrollo cognitivo, menos libertad.¿Se comprende, entonces, el poder liberador del lenguaje, entendido como algo que hace posible el pensamiento? El modelo de pobreza lingüística, es una amenaza para la democracia, toda vez que hipoteca la capacidad crítica de sus ciudadanos.La competencia lingüística, además, constituye un capital (entendido como conjunto de bienes que cada uno posee) para las personas. Con un mínimo de ese capital, una persona queda excluida del mercado comunicativo.Quien dispone de menos palabras -ni hablar del analfabeto- tiene escasas posibilidades de ascenso social. "La inseguridad lingüística desemboca en una grave desigualdad social", ha dicho Guillermo Jaim Etcheverry.El modelo de pobreza lingüística, por tanto, conspira contra los pobres.
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