A UNA SEMANA DE LAS PASO
Los muchachos se juegan el resto en el primer examen

Es poco lo que de propuestas se ha escuchado. Quizás Alberto Fernández fue el único que removió un poco el avispero cuando habló de las Leliq y prometió aumentos de jubilaciones y remedios gratis para todos. Trasladó el debate a la cuestión económica, a la que el oficialismo le huye como la peste. Pero enseguida derrapó cuando le apuntó a una científica macrista. Y se volvió a armar.
Jorge Barroetaveña Es que es entendible lo que hace Fernández y no tiene muchas alternativas. No sólo para instalar su candidatura, sino para marcar diferencias con Cristina. Necesita como el agua dejar en claro que no es un títere y que el kirchnerismo no le marca el paso. Semejante esfuerzo, le abre flancos pero está dispuesto a afrontar el costo. Cuando puede esquivar los mandobles sobre sus compañeros de ruta y las causas de corrupción que los adoban, se mete de lleno en la economía y arma un festival de números que describen la experiencia macrista en el poder. Hasta se dio el lujo de pegarle un palito a Martín Lousteau, ahora Cambiemos, recordando el pasado que tuvieron en común. “Se fue y nos dejó el muerto de la 125”, disparó Fernández en ocasión de su visita a Paraná. Paradójico porque los dos compartieron gabinete en ese momento y no quedaron enfrentados. A la postre, y según el mismo Lousteau ha explicado, su proyecto de 125 era un ‘poroto’ al lado de lo que proponía el inefable Guillermo Moreno. Son las viejas cuitas que arrastran los años de Cristina en el poder que todavía no cicatrizaron. Ni entre ellos ni con el sector con el que se enfrentaron. Pero no le queda otra ‘al Alberto’. Debe cuidar además no derrapar en su relación con Cristina, con quien ha compartido pocos escenarios. Ella hace campaña con su libro, por su lado. El, trajina los teléfonos y despachos de gobernadores, a quienes busca convencer que el kirchnerismo es una etapa superada para el peronismo. Astutos, los caciques provinciales lo miran de reojo. Le dan la foto, el acto y su apoyo público, pero no la vida. Y se nota en la campaña de baja intensidad, como en Entre Ríos, que plantean los oficialismos. En esta carrera desenfrenada, cuando hablás mucho, te exponés y dejás flancos abiertos. Es lo que pasa con la referencia que hizo a la científica que dijo que votaría por Macri. En lugar de aprovechar el apoyo de miles de científicos de todo el país, con su referencia, el candidato presidencial desvió el foco de atención. No pocos malintencionados recordaron cuando Cristina ‘escrachó’ desde su famoso atril a un ‘abuelito’ de Mar del Plata que le quería regalar 10 dólares a su nieto. ¿Se acuerdan que existía el cepo y por ende la posibilidad de comprar dólares quedaba para unos pocos? En su afán por mostrarse distinto a la metodología K, Alberto quedó preso de su propia estrategia. Pero es un riesgo que debe correr. Si la campaña peronista es caótica y recién ahora parece lograr cierta coherencia, Cambiemos es una máquina electoral bien aceitada. Todos enfocados en el mismo discurso. Todos saliendo a cruzar cada crítica económica, por más dura que sea. La marcada de cancha ‘duranbarbista’ llega a tal punto que, hasta el argumento de correr de atrás se ha hecho carne en los candidatos. Nadie dice la verdad, porque no quieren provocar desmovilización el día de las PASO, de propios y extraños. El objetivo es no perder por más de 5 puntos. Todo lo que quede debajo de eso, quedará a tiro de victoria en octubre. Claro que en Buenos Aires se libra la madre de todas las batallas. Y Vidal es la que más dura tarea tiene. Kicillof no es Aníbal Fernández. Ni por discurso ni por gestos. De hecho tomó distancia de la ‘anibalada’ habitual del ex jefe de gabinete, hoy devenido en candidato a concejal de Pinamar cuando metió al femicida-filicida de Barreda en la campaña. Tan guacho fue lo de Aníbal que más de uno desconfió que fuera a propósito. Aunque los antecedentes del promotor lo desmienten. La duda que queda flotando es hasta dónde, esos derrapes, le causan daño al kirchnerismo en Buenos Aires. Sobre todo en el núcleo duro del Gran Buenos Aires, allí donde las diferencias entre el oficialismo y la oposición son abultadas. Si en 2015, Vidal necesitó 6 puntos de corte de boleta para ganar, ahora podría ser más. Tarea titánica después de cuatro años de gobierno y con un arrastre en contra de la punta de la boleta que encabeza Macri. Tallan además factores externos como el nivel de concurrencia a votar, el trabajo de los fiscales y la ‘docencia’ que se haga sobre el corte de boleta. Eso sin entrar en las profundidades de los intendentes bonaerenses, siempre más preocupados por su propio pellejo que por el ajeno. Nadie se va a inmolar por un candidato que lo haga arriesgar su victoria. Eso lo saben bien y es algo que ninguna encuesta puede reflejar. Vidal y Kicillof lo saben y bucean en esas aguas. Sólo en 1999 se dio un resultado cruzado. Ganó De la Rúa la Nación y Carlos Ruckauf la provincia. Nunca más sucedió. Hoy sería inimaginable pensar en Kicillof gobernador y Macri Presidente. Lo más cercano a la Tercera Guerra Mundial. Así somos. En pocos días empezará a develarse la incógnita.
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