EL MUNDO DE LA POSVERDAD
"Los sueños, sueños son"

Un aforismo anónimo dice "Si estoy soñando no me despierten, si estoy despierto no me dejen dormir", ¿una invitación al disfrute o un temor a la realidad?
Luis Castillo* Escribió Calderón de la Barca en 1635 una obra de teatro cuyo tema central es la libertad del ser humano para configurar su vida sin dejarse llevar por un supuesto destino prefijado. Su nombre: La vida es sueño. Allí, el personaje central, Segismundo, se pregunta y plantea nada más y nada menos que el sentido de la vida. La filosófica duda acerca de si somos nosotros los verdaderos artífices de nuestro destino o, por el contrario, todo está escrito y, por lo tanto, éste es inmutable. Segismundo, quien ha pasado gran parte de su vida encerrado por su propio padre (Rey de Polonia y quien, según una profecía iba a ser traicionado por su hijo) solo conoce lo que es la vida a través de lo que él ha soñado que la vida es. Cuando finalmente sale de su encierro duda de cuál es la vida real y cuál la de sus sueños. Naturalmente, es inevitable hacer un paralelismo con la conocida metáfora de La caverna de Platón, que nunca está de más recordar de qué se trataba. El mito de la caverna es un diálogo (modo de escritura que solía utilizar este filósofo) en el que su maestro Sócrates y su hermano Glaucón hablan acerca de cómo afectan el conocimiento y la educación filosófica a la sociedad y a los individuos. Sócrates le pide a Glaucón que imagine a un grupo de prisioneros que se encuentran encadenados dentro de una caverna. Están detrás de un muro desde que eran muy pequeños. Del otro lado del muro hay un fuego como toda iluminación y lo que los prisioneros ven son solo las sombras que ese fuego proyecta. Sócrates dice a Glaucón que los prisioneros creen que eso que ellos ven es el mundo real, sin darse cuenta de que son solo las sombras de los objetos y no los objetos reales. Cierto día -continúa la narración- uno de los prisioneros consigue liberarse de sus cadenas y escapa, descubriendo que tras la luz del fuego existía otra mucho más fuerte, la luz verdadera. La luz del sol. Y más tarde ve las estrellas, la luna, el universo todo. Regresa entonces a la caverna para compartir esto que ha descubierto e invitarlos a sus camaradas -que aún siguen encadenados- a ver (conocer) el mundo real. No ese mundo de sombras que ellos veían desde su prisión en la caverna. Sin embargo, sus antiguos compañeros no le creen. No le quieren creer. Tienen miedo a creer. Y entonces lo expulsan. Platón, a través de Sócrates, afirma que estos prisioneros harían lo posible por evitar dicha travesía, llegando al punto de matar a cualquiera que se atreviera siquiera a intentar liberarlos. El mensaje entonces es que existe otra realidad además de la que creemos conocer, de la que nos muestran, aquella con la que estamos cómodos. La que no nos pide nada a cambio más que nuestra credulidad. Sin dudas, en estos tiempos de posverdad, la alegoría de la caverna está más vigente que nunca. Como lo afirma el filósofo británico Alan Watts “la mayoría de la gente no solo se siente cómoda con su ignorancia, sino que es hostil con cualquiera que se lo señale”. El sociólogo Decio Machado afirma “El mito de la caverna, entre otras cuestiones, asienta la idea de que existe una verdad independiente de las opiniones de los seres humanos y la existencia de permanentes engaños que nos hacen ubicarnos lejos de esta”. Y es que en definitiva, pareciera que se generara un contrapunto entre lo racional y lo emocional o, como lo expresara claramente Antonio Damásio, neurólogo de origen portugués y padre de la neurociencia, “Descartes se equivocó, pues no es “pienso, luego existo”, sino “siento, luego existo” el quid de la cuestión”. ¿Por qué se afirma esto? Porque la política de la posverdad no es otra cosa que la apelación a un eufemismo para referirse a lo que no es otra cosa que una “mentira emotiva”. “Es así en el mundo de la posverdad, ese mundo en el que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, algo que aparenta ser verdad se convierte en un elemento más importante que la propia verdad para el común de los mortales.” asegura Machado. El escritor norteamericano Mark Twain escribió ya en el siglo XIX "Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados" por lo que cobra fuerza el antiguo aforismo referido a la literatura que aseguraba que una mentira bien narrada era preferible a una verdad empobrecida en su relato; hoy vemos, por el contrario, sociedades completas que prefieren la mentira (que dejan de ser mentira porque las creen, naturalmente) antes que la evidencia. El anglicismo fake news se ha incorporado tanto a nuestro léxico como “pulover” o “jean” (debería escribir yin, para dejar claro que me refiero a la ropa de denim o, como se le llamaba el siglo pasado -al cual pertenezco- “vaqueros”). La cuestión es que esas fake news, esas noticias falsas, son la moneda de cambio entre una presunta verdad y otra. Ya no importa la “verdad” sino el relato que se haga de los hechos. “La llegada de la posverdad generó múltiples plataformas internautas que muestran la cara más aterradora de la intoxicación informativa: noticias falsas, información manipulada y tendenciosas sobre los procesos de investigación respecto a casos de corrupción, acusaciones no comprobadas sobre políticos de uno y otro lado, así como aseveraciones tendenciosas y mal intencionadas sobre personalidades e instituciones públicas. Todo ello posicionado sin pudor a través de múltiples estrategias de viralización en redes sociales.” Dice el sociólogo antes citado. El granadino Francis Fernández asevera: “Siempre habrá una verdad que se nos oculta o maquilla. Porque aquellos que desean controlar nuestra percepción, moldear nuestra realidad siempre querrán ocultarnos los objetos que proyectan las sombras, a veces por malicia, a veces por control, a veces porque no nos creen “preparados”. Al tratarnos como masa, no como individuos, nos tratan como niños, no como adultos.” El director teatral Norbert Martínez dice: “La preocupación de Segismundo, protagonista de aquella gran tragedia de Calderón ante la dificultad de saber qué era verdad y qué ficción no dista tanto de lo que sienten muchas personas hoy en un mundo saturado de información, no siempre fidedigna. "Cada vez cuesta más distinguir la verdad de la mentira, como le pasaba a Segismundo". En este mismo sentido, el psicoanalista Enrique Carpintero escribe: “si hay algo que caracteriza la actualidad del capitalismo tardío es la indiferencia de un sector de la población hacia la verdad. Esto es lo nuevo. La digitalización de los intercambios sociales lleva a que los sujetos se aíslen y se comuniquen con quienes ya piensan como ellos. De esta manera, comparten sus creencias sin importar si la noticia que difunden es falsa o verdadera.” Como los prisioneros de la caverna de Platón, ¿se acuerda? En El chiste y su relación con el inconsciente, Freud narra este cuento: En una estación ferroviaria de Galitzia dos judíos se encuentran en el vagón; ‘¿Adónde viajas?’, pregunta uno, ‘A Cracovia’ es la respuesta, ‘¡Pero mira que mentiroso que eres!’ se enojó el otro, ‘Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo sé bien que realmente viajas a Cracovia ¿Por qué mientes entonces?’.” Lo que quiere dejarse en evidencia acá es el placer que nos produce transgredir las reglas del juicio y burlar la lógica que, en este relato, implica que se miente cuando se dice la verdad y se dice la verdad con una mentira. Escribe Federico Aznar Fernández-Montesinos: “Las narrativas —una herramienta sociológica que posibilita la influencia cuando no el control— vienen a ser un guion perfectamente estructurado por distintos agentes y desarrollado por una poderosa burocracia tecnológica, ligada o no a Estados, y que, en cualquier caso, trasciende sus fronteras y permite la injerencia directa. Una narrativa es una selección de ideas y referencias que hacen un uso instrumental del pasado al reconstruirlo conforme al imaginario que pretende alcanzar. Es un instrumento de persuasión política de extremada potencia que la tecnología acrecienta a través de su focalización.” No hay hechos sino interpretaciones, aseguró M. Focault, pero es el Poder quien interpreta. “Cada individuo crea su interpretación, su verdad, pero es el Poder (magnificado, ubicuo, omnipresente y reificado) el que dispone de los medios para imponer su (única) interpretación a los demás. Llevando al extremo la tesis de que «la ideología dominante es la de la clase dominante», la verdad es un reflejo del poder”. Ante tamaño panorama y verdadero desafío no es tan incomprensible la actitud de los prisioneros “cómodos” en su caverna o los últimos versos que recita Segismundo cuando dice “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño;/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son.” *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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