Mantenerse en el trono en el siglo XXI
Los cambios en la monarquía española revelan que los reyes deben reinventarse y legitimarse todo el tiempo en sociedades abiertas cuyo humor es muy volátil. La abdicación de Juan Carlos I de España, en favor de su hijo Felipe, tiene un contenido evidentemente comarcal. Los analistas coinciden en destacar que desnuda el sismo institucional que sacude a ese país.El telón de fondo es la crisis económica, la más grave en medio siglo. Los españoles están enfurecidos con la clase política, un sentimiento que se carga también a la casa de los Borbones, algunos de cuyos miembros están imputados de lavado de dinero y fraude fiscal.La sociedad española no es muy distinta a otras en las que el fantasma de la ingobernabilidad es un subproducto del desasosiego económico. Y en las que la corrupción de sus gobernantes, antes tolerada, se vuelve ahora algo irritante.A tal grado llega el malhumor social que las fuerzas anti-sistema que militan por el abandono de la monarquía y la instauración de de una república ganan cada vez más predicamento.Un dato tiene alarmada a la clase política peninsular, tras las últimas elecciones europeas: por primera vez en la historia de la democracia española, la suma de los votos de los dos grandes partidos no alcanzó el 50 % del total.En este contexto de debilidad institucional recrudece el desafío independentista de Cataluña. El intento secesionista de los catalanes ya es, según los analistas, más que una amenaza.Felipe VI, tal el nombre que llevará el ahora príncipe de Asturias, heredará el desafío de legitimar el trono ante una sociedad que es muy distinta de la que le tocó conducir a su padre, a quien se le reconoce haber desmantelado el franquismo y haber hecho ingresar a España a la modernidad.El joven monarca deberá ganarse el trono en el que se va a sentar, y le toca a él reinventar el sentido de la corona en el siglo XXI. Pero este desafío de la monarquía española -esto de "renovarse o morir", como graficó un analista- lo tienen también las otras coronas europeas.Las monarquías no son lo que eran en la Edad Media, donde el rey hacía y deshacía a su antojo, haciendo uso de un poder absoluto. El constitucionalismo, que nació justamente para limitar ese poder, modernizó a esa antiquísima institución.De suerte que hoy existen en Europa las monarquías constitucionales, donde el papel del rey es básicamente simbólico, quedando el ejercicio del gobierno en elencos dirigenciales surgidos por el voto popular.Pero el simbolismo que rodea a la corona no es decorativo. La figura del rey es un principio de unidad nacional, y una representación viva de la historia y las tradiciones que vertebran un país.Si bien el rey reina pero no gobierna, la mayor utilidad de la monarquía, según los politólogos, reside en que es una fórmula esencial para dar estabilidad a la democracia."Mi hijo Felipe encarna la estabilidad, que es seña de identidad de institución monárquica", dijo precisamente Juan Carlos de Borbón al anunciar su abdicación al trono.La impresión que existe, sin embargo, es que mantenerse en el trono en tiempos posmodernos, donde todo es "líquido" y la incredulidad política es la norma, es mucho más difícil de lo fue en el pasado.Las monarquías, que aspiran a unificar y representar a todos sus súbditos, entran en contradicción con una sociedad en la que, como dice el teórico Giovanni Vattimo, los puntos de vista se multiplican a tal punto que la realidad deja de tener un sentido unitario.
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