Más allá del sueño industrial
Ninguno de los autos hechos en la Argentina tiene más del 25% de integración local mientras que el grueso de nuestras exportaciones sigue siendo productos primarios. Ambos datos colisionan con el sueño industrialista de los últimos siete años, tras la salida de la convertibilidad y su reemplazo por un tipo de cambio “recontraalto” (o dólar caro).Está claro que el peso devaluado sirvió como barrera a la producción importada, lo que terminó impulsando la reactivación local (vía sustitución de importaciones) y la creación de más puestos de trabajo.El secreto de toda devaluación es que abarata el salario interno medido en dólares (especie de subsidio implícito de la población a la industria). Esto hace que los empresarios locales, que antes preferían importar artículos, ahora les convenga producirlos.Se diría que si esto es propiamente un “modelo”, el mismo goza de un amplio consenso entre la dirigencia argentina. Tanto el gobierno K como los dirigentes de la oposición defienden la estrategia.¿Pero cuál ha sido el balance del neodesarrollismo de estos años?. Sacando el efecto coyuntural ligado al dólar alto –sustitución de oferta extranjera en el mercado local-, ¿Acaso el país compite con manufacturas en el mercado mundial?.O dicho de otro modo: ¿hay un sector industrial nacional capaz de sostenerse y ser eficiente sin el subsidio cambiario? ¿O necesita que el Estado le proteja su renta con artilugios de política económica?La respuesta a esta pregunta es crucial. Porque hace a la cuestión de si existe algo parecido al “capitalismo argentino” o si nuestra llamada “burguesía nacional” es una realidad o una pura ficción.“Dime que exportas y te diré quién eres”. Este axioma repetían los economistas de los ‘70 enrolados en la escuela de la CEPAL, de cuño industrialista, para impugnar el “modelo agro-exportador”.Es decir, el contenido de los envíos externos –las mercaderías de exportación- reflejaba exactamente el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de una economía. Si las manufacturas industriales lideraban la exportación, estábamos en presencia entonces de una economía industrializada. Si lo que se vendía, en cambio, era trigo y carne, la economía era pastoril y atrasada.Quizá convenga aclarar que esta ideología económica –hoy cuestionada por el alza de los commodities en el mercado mundial- es el núcleo del pensamiento de la facción gobernante en la Argentina.Pues bien, nuestro comercio exterior ¿pasa la prueba “desarrollista”? ¿Los artículos que enviamos afuera tienen un alto componente de elaboración de tipo industrial?La verdad es que los alimentos y productos agrícolas siguen liderando nuestras exportaciones. Veinte rubros de procedencia del campo explican el 66% de las exportaciones totales. Con la soja punteando por mucho.Eso ocurre pese a que nuestros productores agropecuarios no reciben todos los beneficios del dólar alto, porque el Estado les “retiene” una buena parte (retenciones).Sin embargo, la agraria sigue siendo la producción local comprobadamente más competitiva a nivel mundial. En tanto, hay otro dato disonante: el gobierno K fantaseó estos años con un “automóvil argentino”, fabricado íntegro con autopartes nacionales.Pero ninguno de los autos hechos acá tienen más del 25% de integración local, según el sector. “Si hoy hiciéramos un auto completamente argentino, el resultado sería un rastrojero, con todo el respeto que me merece ese auto. Pero si el objetivo es fabricar un auto moderno, de calidad y a precio competitivo, es imposible. Hay tecnologías de las que carecemos”, reconoció un empresario.
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