POR JORGE BARROETAVEÑA
Murió el ex Presidente Menem y como suele suceder: nadie lo votó
Carlos Menem fue un fenómeno popular. Qué duda cabe. Después se volvió impopular producto de sus propias acciones y, sobre todo, por el halo de impunidad que lo rodeó en los últimos años. Fue también un tipo arriesgado que marcó a fuego una época e hizo lo que muchos no pensaban: que el peronismo se hiciera neoliberal.
Por Jorge Barroetaveña En rigor, nadie daba dos mangos por aquel riojano de patillas pobladas, chiquito, de hablar poco claro. Los porteños primero y los bonaerenses después pensaron que se lo comerían crudo en la interna del ’88, a la postre la última gran demostración de democracia interna que tuvo el peronismo. Lo que se definía no era una simple candidatura. Era quién iba a ser el próximo presidente de la Argentina ante un gobierno radical que se caía a pedazos. Menem se impuso a todo el aparato del PJ, gobernadores incluídos y a la potente figura de Antonio Cafiero, el líder de la renovación que gobernaba el mayor distrito de la Argentina. El riojano no tuvo prejuicios a la hora de decirle a cada uno lo que quería escuchar. En la interna optó por el discurso tradicional, bien peronista, combativo y sanguíneo. Con el triunfo a cuestas calibró la máquina para ampliar su base de votos. Pero nunca dijo lo que iba a hacer en el gobierno. Nadie pensó que elegiría a un empleado de Bunge y Born como ministro de economía ni que terminaría aliándose con Alvaro Alsogaray. O que privatizaría las empresas públicas. Cuando llegó Cavallo dio en la tecla con la convertibilidad y la inflación bajó abruptamente. Es quizás, de los pocos activos que se le puedan computar a las dos presidencias de Menem. Claro, los que vinieron después no pudieron ni supieron manejar esa herencia que les estalló en la cara. Pero esa es historia conocida. Las secuelas de las políticas económicas del menemismo fueron altos niveles de desempleo y la ausencia del estado en servicios públicos claves. Las voladuras de la Amia y la Embajada de Israel y el escándalo de la venta de armas a Croacia y Ecuador son cuentas que nunca fueron saldadas. De hecho, si no hubiera sido por los fueros y la protección de la clase política, el ex presidente hubiera ido preso. Triste antecedente para lo que pasa hoy y la imagen que el Senado tiene ante la opinión pública. Pero el Menem incombustible quiso volver en el 2003. Y pese a todo y que el veredicto de la historia lo corría de atrás, fue el candidato más votado. Y si no hubiera sido por Duhalde que inclinó la balanza a favor de Kirchner, quién sabe qué hubiera pasado. Después fue senador nacional reelecto varias veces, peregrinó por los tribunales y se murió sin rendir cuentas como debe ser. Alguien dijo en las últimas horas que Menem era un “punguista” comparado con lo que vino después. Triste consuelo para un país que necesita ejemplaridad a gritos y que los poderes del estado funcionen como corresponde. Por supuesto que con el ex presidente pasó algo habitual en estas circunstancias. Nadie se hace cargo de nada. Menem fue gobernador de La Rioja, dos veces presidente de la nación y después senador nacional. ¿Cómo llegó? Por el voto popular. Nunca ocupó un cargo de otra manera. De hecho estuvo preso 5 años después del golpe del ’76, algo que marcó para siempre su vida política. Pese a eso se sacó una foto con el Almirante Isaac Rojas y después indultó a ex militares y montoneros, algo que muchos se lo siguen reprochando. Menem no conoció los límites a lo largo de su carrera. El destino le demostró su finitud con la muerte de su propio hijo. En política quiso forzar una reforma constitucional para buscar otro período. No se había dado cuenta que su tiempo había pasado y eso fue lo que votó la sociedad en 1.999. Nunca renunció a su liderazgo y eso lo sabían todos los que estuvieron cerca. Tuvo una determinación pocas veces vista para llegar a lo más alto, viniendo de una provincia pequeña y pobre como La Rioja. Tuvo algo que lo distinguió: la memoria. Era capaz de ir al pueblo más chiquito y acordarse del nombre del referente, de su mujer y sus hijos. Todo eso le sirvió para construir su carrera. El peronismo, que fue capaz de alojarlo, no derramó demasiadas lágrimas por su partida. Para algunos incluso era una presencia difícil de justificar en el Senado y su apellido se había vuelto mala palabra hace mucho tiempo. Pero en este juego de semejanzas, su partido, el que lo cobijó y lo llevó a lo más alto, también optó por hacerse el distraído. Muchos de los que hoy lo condenan, lo apoyaron en los ’90 cuando otros tiempos soplaban. Son los mismos que después fueron duhaldistas, kirchneristas y ahora albertistas. Y no se han puesto colorados. Menem fue el producto de una Argentina que está lejos de desaparecer. Que tolera los dobles discursos y no condena legal ni socialmente a los que meten la mano en la lata. Con él se cierra una etapa que lo tuvo como centro. Lo que dejó es una herencia pesada que todavía nos condiciona.
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