Ni buenos ni malos, ni santos ni pecadores, sólo somos periodistas
La Argentina de los desbalances, esa de la que nos quejamos diariamente, la hace más atractiva. La Argentina de las definiciones tajantes, esas que ponen todo en blanco sobre negro, forma parte de ese contexto. Jorge Barroetaveña Hay una línea imaginaria inmensa, que va desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego y otra desde Buenos Aires a Mendoza. Si te parás de un lado sos bueno, se te parás del otro sos malo. Los periodistas tampoco podemos escaparle a eso.Esta dicotomía que azota cada día de la realidad, es un fantasma que persigue también a la dirigencia política. Ni oficialistas ni opositores pueden escapar de él. Sólo así se explica que el conflicto por el subte de la Ciudad de Buenos Aires (que le interesa más a porteños y bonaerenses) después de años, siga sin resolución. La pelea eterna entre el gobierno nacional y el de Macri, no sólo habla de la incapacidad de ambas gestiones para hacerse cargo de ese transporte, sino la orfandad alarmante de propuestas, matizadas con la descalificación mutua permanente. ¿De dónde viene semejante incapacidad para llegar a acuerdos? Es el subte, un medio de transporte importante pero no el único y lejos está de ser el tema más espinoso entre la Nación y la Ciudad.Esta renguera permanente para alcanzar acuerdos o al menos consensos básicos, persigue a la dirigencia argentina desde hace muchos años. Alfonsín y Menem dieron un ejemplo con el Pacto de Olivos, más allá de los intereses políticos y partidarios que guiaron sus pasos. Acordaron y cumplieron. Y pertenecían a partidos distintos históricamente enfrentados. Quizás la Alianza marcó un quiebre años después, con su fracaso estrepitoso, a partir de las miserias de De la Rúa, 'Chacho' Alvarez y compañía. Y ese fue el hito porque nunca más la dirigencia local pudo acordar nada que se parezca a políticas de estado. ¿La seguridad no lo amerita? ¿La educación tampoco? ¿Ni la erradicación de la pobreza? Nada alcanzó para revertir la tendencia de desconfianza mutua. Tampoco los discursos beligerantes e inflamados contribuyen. Si cada vez que escucho a un simpatizante del kirchnerismo pienso que está 'comprado' por algún favor oficial se lo está descalificando de entrada. Lo mismo para cualquier kirchnerista que ve en quien piensa distinto a alguien 'vendido' a las corporaciones, transformándolo en representante de la 'antipatria'. En el medio están la mayoría, que no dependen de uno ni de otro. Es cierto también que aquellos que, circunstancialmente detentan el poder, tienen un mayor grado de responsabilidad. Aunque el poder ya no se concibe como en el siglo pasado: hoy la posibilidad de influir sobre las conductas de las personas deviene de los gobiernos, pero también de otros factores económicos, sociales y políticos, algunos de los cuales todavía no hemos aprendido a manejar. Y en esa lista están los medios de comunicación.El kirchnerismo siempre tuvo preconceptos sobre los medios. Su visión sobre ellos es acotada, restrictiva e interesada. Lo último no sería problema. La cuestión es lo primero. Y eso quedó demostrado en todos estos años pese a paradójicamente, haber impulsado una ley de medios que busca democratizar la comunicación en la Argentina. Claro que aquí aparece la clásica historia del vaso medio lleno o medio vacío, dependiendo de cómo se mire.Desde que llegó en el 2003 y salvo el tropiezo feo de 2009, el kirchnerismo puso a los medios en un puño, incluso el Grupo Clarín ya nunca más será lo que supo ser en la Argentina, con este y con los gobiernos que lo sucedan. Si un mérito le cabe (y es probable que la historia así lo refleje) a Néstor Kirchner fue haber puesto sobre la mesa de debate el rol de los medios de comunicación y del periodismo en general. Quizás no lo hizo con santas intenciones sino buscando sacar rédito, pero instaló la duda en el seno de la sociedad. El periodismo impoluto de los '90, pasó a estar en el banquillo de los acusados, con o sin razón. Este debate no es malo, como ningún debate, siempre y cuando lo único que se busque no sea someter las opiniones diferentes o acallar los pensamientos opuestos.Por supuesto que cada uno tendrá su visión sobre cuál debe ser el rol del periodista y los medios. Cómo puede tenerla sobre un médico, un abogado, un ingeniero o hasta un taxista. La diferencia es que, el periodista sigue teniendo, aunque acotada por la masividad y las nuevas tecnologías, influencia sobre las conductas del ciudadano. Y por allí pasa el nudo del debate y lo que no se puede modificar. Esa influencia, devenida del manejo de la información, es imposible de evitar. A partir de ahí juega la formación, el pensamiento y la responsabilidad del encargado de comunicar. Y cómo se planta ante los poderes de turno, cualquiera sea el origen de estos. Ante esto no debe haber dudas: el periodista está para informar sobre todo lo que pasa, o lo que está a su alcance. Sin abandonar la rigurosidad que impone la profesión, debe meter la nariz allí donde hay mal olor pero también donde todo huele a rosas. Tiene que preguntar lo que la sociedad quiere que se pregunte sin agredir ni ofender, sabiendo que el principal (y único) capital que tiene es la confianza que sus seguidores depositan en él. Este principio básico y elemental no podrá ser modificado en ningún debate sobre periodismo. Tampoco podrá ser desvirtuado desvalorizando el rol, sometiéndolo a los 'intereses' del medio para el que se trabaja. ¿Cuál es la garantía? La diversidad, por suerte hoy asegurada por las nuevas tecnologías de comunicación. Internet es un tren que nadie podrá detener y la mejor consecuencia es que democratizó en serio la información.En la Argentina de hoy, lo peor que podría pasarle a nuestra dirigencia política es quedar presa de su obsesión por lo que dicen, muestran o escriben los periodistas. La realidad es una construcción cotidiana en la que el ciudadano tiene cada vez más influencia. Y esta tendencia nadie podrá detenerla.
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