Ni el Papa se salva de la licuación del poder
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Un cambio en la jefatura de la Iglesia Católica puede hacer pensar erróneamente que ese poder torcerá, por un hipotético ejercicio del mando, los destinos de la sociedad global.Alguna vez la Iglesia practicó una autoridad real sobre las personas, incluso coercitiva. En tiempos de la cristiandad medieval la institución no sólo ejercía hegemonía moral, sino también económica y militar.Pero esto cambió, deviniendo la curia romana a lo sumo en una burocracia sin peso político. De suerte que su jerarquía, de tipo monárquico, es más simbólica que otra cosa, más allá de que tiene carácter disciplinar en lo religioso.No obstante la Iglesia, por los fieles que adhieren a ella, alrededor de 1.300 millones de personas, posee una influencia espiritual considerable, siendo el Papa su principal encarnadura.Sin desmerecer esta gravitación moral en la conciencia de millones de individuos -hoy reactivada por la aparición de un clérigo carismático al frente de la milenaria institución- lo cierto es que el poder en general mutó.Hace tiempo los politólogos vienen advirtiendo que quedó atrás el esquema según el cual todo se resumía a uno que manda y otros que obedecen. En el período de la modernidad incluso -tras la caída de la monarquía- la aparición de la opinión pública problematizó el poder.En este contexto el ejercicio autoritario del poder dejó de ser aconsejable, ante la asunción del sistema de opiniones -ideas, preferencias, aspiraciones, propósitos- de los grupos sociales y personas, quienes se expresaban a partir de los incipientes medios de comunicación.No se podía apelar entonces a lo que hacían los emperadores romanos, los cuales empleaban la fuerza sin más para hacerse obedecer, acallando cualquier conato de rebelión de los de abajo.Un indicio de que el poder no podía descansar más en la pura coacción física fue el célebre consejo que el ministro Talleyrand le dio a Napoleón (que sufría de veleidades de grandeza): "Con las ballonetas, sire, se puede hacer todo menos una cosa: sentarse sobre ellas".En el último tramo del siglo XX sobrevino otra fase del derretimiento del poder: las grandes "narrativas" políticas, que confiaban en teorías totalizadoras que imponen "orden" y apoyan el monopolio de la fuerza "legítima" por parte del Estado, entraron en crisis a partir de un cambio de conciencia de la sociedad global."El poder ya no es lo que era. Se volvió más fácil de obtener, más difícil de usar y mucho más fácil de perder", acaba de decir Moises Naim, un analista internacional venezolano, para quien ni siquiera el Papa se salva del fenómeno.En su opinión, el poder es hoy más fugaz "porque las barreras que protegen a los poderosos ya no son tan inexpugnables como antes. Y porque han proliferado los actores capaces de retar con éxito a los poderes tradicionales".Según su parecer, los cambios se han producido en la base de la sociedad. Ha habido una revolución pacífica y silenciosa en el plano de la vida cotidiana que hace que el ejercicio del poder sea otro.Una es la revolución del más: "El siglo XXI tiene más de todo: más gente, más urbana, más joven, más sana y más educada". Otra es la revolución de la movilidad: "Personas, tecnología, productos, dinero, ideas y organizaciones tienen más movilidad, y por ello son más difíciles de controlar".Otra es la revolución de la mentalidad: "Una población que consume y se mueve sin cesar, que tiene acceso a más recursos y más información, ha experimentado también una inmensa transformación cognitiva y emocional".
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