Ni la corrupción, ni la inseguridad, ni la ideología: es la economía macho

Las democracias modernas tienen vida propia, y a esto ha contribuido grandemente la tecnología. Porque si bien la campaña oficialmente terminó el viernes a las ocho de la mañana, continuó todo el fin de semana a través de las redes sociales. Jorge BarroetaveñaHoy, todavía en la mayor parte del país, habrá que agarrar una boleta y elegir. ¿Qué compromiso no?. Desde 1983 a hoy han pasado tantas cosas que se necesitarían varias bibliotecas y centenares de horas de televisión para escribirlo y mostrarlo.Aunque una se ha mantenido inalterable, más allá de los vaivenes de la política, los fracasos estrepitosos o los éxitos pasajeros: el voto. Cada dos años desde el 10 de diciembre de 1983, los argentinos saben que tienen que elegir a sus representantes, aquellos en quienes delegarán su poder en forma transitoria, para ejercerlo en el parlamento o en algún cargo ejecutivo.Lejos quedaron los primeros años primaverales, donde el sentimiento por elegir estaba a flor de piel, lucían las lealtades partidarias (aquellas que heredamos de nuestros padres y abuelos) y las expectativas solían ser exageradas.A medida que fue pasando el tiempo, y los desencantos, el voto fue mutando a algo más racional, pensado desde distintos lugares y con un componente menos de carga emotiva. Y no es ni bueno ni malo, simplemente es algo natural cuando el ejercicio de votar se vuelve una cuestión intrínseca al sistema que hemos elegido desarrollar nuestras vidas.Desde 1983, el peronismo y sus distintas vertientes han dominado la democracia argentina. Si bien le correspondió a Alfonsín dar el puntapié inicial, el final de ese gobierno radical todavía genera controversias.Lo cierto es que el ex presidente se tuvo que ir antes en medio de un caos económico y social. Y llegó Menem después de una interna histórica con Antonio Cafiero. El peronismo renovador le dio un ejemplo a la sociedad y al sistema, movilizando casi dos millones de personas en una interna que erigió al riojano como candidato.Afincado en el gobierno, Menem dio una voltereta ideológica, se sumó a la ola privatista que invadía América Latina y forzó al peronismo a interpretarse a sí mismo. El grueso del partido y los sindicatos lo acompañaron en la jugada, mientras la sociedad le hizo un guiño.En el '95 y pese a las señales de agotamiento que emitía la convertibilidad, la sociedad votó sin importarle las sospechas y los escándalos de corrupción que solían dejar en posición adelantada al menemismo. Con el proceso en terapia intensiva, Duhalde poco pudo hacer ante De la Rúa y los radicales en alianza con el FREPASO, se quedaron con todo en 1.999.Pero el peronismo seguía vivo en las gobernaciones del interior del país y en el congreso. La falta de rango de estadista del radical, su diagnóstico equivocado de la economía, la cobardía de sus socios y el constante acecho de la oposición, hicieron volar todo en mil pedazos, con la crisis del 2001. Esa herida, la del helicóptero yéndose por los techos de la Casa Rosada, marcó un antes y un después e instaló el axioma que dice que sólo el peronismo está en condiciones de gobernar la Argentina.En medio del desorden político, económico y social, Duhalde enderezó el barco y apagó el incendio, pero quedó un país devastado. Con el 22% de los votos (pocos propios y muchos ajenos encima) Néstor Kirchner le ganó la pulseada a Menem y se quedó con la presidencia. Más allá del debate ideológico, al que sólo la historia podrá ponerle el moño, Kirchner actuó como un peronista cabal y ejerció el poder sin dobleces. Reconstruyó la autoridad presidencial y manejó con mano de hierro la salida de la crisis y la reconstrucción de la economía. Envuelta en ese envión, Cristina Kirchner fue electa en el 2007 y después de perder en el 2009, se recuperó en 2011 y volvió a demostrar que algo no hay que hacer nunca en la política argentina: dar por muerto al peronismo. Siempre la economíaY no se trata de cuestiones ideológicas, más que le pese a los exégetas, porque el peronismo ha mostrado todas las caras desde que volvió a la democracia y la gente lo eligió igual.Sin embargo, y tratando de buscarle alguna coherencia a nuestra propia historia, un invisible hilo conductor parece guiarla y es la economía, con todos sus atajos. A ver. En 1983 Alfonsín ganó porque la sociedad no quería más violencia y percibió con claridad que el peronismo todavía arrastraba en su vida interna las sangrientas décadas anteriores.Menem ganó en 1999, porque la economía había estallado con Alfonsín, que había renunciado a manejarla. En 1995 el riojano consigue la reelección con el colchón de la plata de las privatizaciones y la estabilidad ficticia que daba el uno a uno. Poco importó la corrupción y la transparencia, algo por lo que el menemismo no solía caracterizarse. De la Rúa gana en 1999 porque la convertibilidad estaba agotada.Néstor Kirchner llega en medio de un estallido social, con la economía quebrada. Cristina hereda esa recuperación y la capitaliza a partir del 2007. En el 2011, obtiene su reelección, gracias a la bonanza de los primeros años. La sociedad le renovó el crédito, pese a los síntomas que el modelo ya tenía.Hoy, la economía, más allá de las encuestas, también será determinante. Si la corrupción o la inseguridad pesan en el voto de una porción importante de la sociedad, el bolsillo será el que defina.Hoy asistiremos a una gran encuesta, porque la mayoría de los candidatos también estarán en octubre. ¿Hasta dónde llegará la dispersión? ¿Seguirá siendo el oficialismo la primera minoría? ¿Empezará a quedar definitivamente sepultada la posibilidad de una reforma de la Constitución? ¿Surgirá algún líder de la oposición en condiciones de pelearle al peronismo en el 2015? Hoy será el primer parcial. En octubre llegará el final. Y ahí sí que no habrá marcha atrás.
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