No tener hijos es una tendencia en alza
Los niveles de bienestar alcanzados por la actual civilización parecen conspirar contra el instinto de reproducción de la especie humana, a juzgar por la caída en la tasa de nacimientos."Cada vez son más las parejas que deciden no tener hijos", reza el encabezado de un artículo periodístico, aparecido en el diario La Nación, en el que se da cuenta del fenómeno.Se trata de parejas de entre 25 y 39 años a los que se conoce como DINK (doble ingreso, sin chicos, según las siglas en inglés). Tener hijos no entra dentro de sus prioridades.Para estas parejas lo más importante es la independencia económica, el desarrollo profesional y el tiempo disponible para el ocio. Es un rasgo cultural muy arraigado en especial en sectores de ingresos medios y altos."Las explicaciones sociales a este fenómeno hay que buscarlas en las expectativas de las mujeres por una mejor posición social, que implican mayores niveles educativos y mejores posiciones sociales. De allí que posterguen la llegada y también se reduzca la cantidad de hijos a tener".Eso piensa Victoria Mazzeo, doctora en Ciencias Sociales y jefa del Departamento Análisis Demográfico de la Dirección General de Estadísticas y Censos.Todas las estadísticas en Argentina corroboran la actitud de una juventud que, pese a ser hijos que recibieron la vida, no están dispuestos a pasársela a otros, desafiando así el mandato de continuar con la especie.Sobre todo se trata de una tendencia que se da acusadamente en las metrópolis, en sociedades opulentas donde el estilo de vida tan sofisticado ha eclipsado la importancia de traer hijos al mundo.A decir verdad, la falta de nacimientos desde hace tiempo es un problema que aqueja a los países desarrollados, algo que es disonante con los discursos apocalípticos sobre la "explosión demográfica".El dato es que en esos países la tasa de fertilidad está por debajo del nivel de recambio generacional. La falta de nacimientos combina con la longevidad alcanzada por la mejora de las condiciones económicas, sanitarias e higiénicas.Se diría que así como la abundancia prolongó la estadía del hombre en la tierra, estaría conspirando contra su reproducción como especie. Los europeos, concretamente, están alarmados por la falta de jóvenes.Este déficit ya se hace sentir en el mercado laboral y el crecimiento económico. Además, la Unión Europea (UE) todavía no le encuentra solución a la carga que el envejecimiento poblacional representa para los presupuestos y los sistemas públicos de jubilación.Tanto Estados Unidos como Europa, acorralados por el hecho de que no tienen el número suficiente de jóvenes para renovar su población, y para mantener en marcha sus economías, han apelado al ingreso de inmigrantes.Es tal la necesidad que tienen de reemplazar la fuerza laboral en declive, a través de contingentes cada vez mayores de inmigrantes, que el mundo desarrollado ha decidido pagar el costo de una tensión étnica también cada vez más creciente.En efecto, los problemas culturales y sociales que conlleva la inmigración -ligados a la falta de integración de la nueva población y la reacción xenófoba de los nativos- están a la orden del día.Paralelamente, son conocidos los fuertes incentivos económicos instrumentados por la UE para promover en todo el continente medidas de ayuda a los padres, con el propósito de fomentar el crecimiento demográfico.Pero los expertos coinciden en que estos incentivos son insuficientes. Consideran que hace falta un cambio cultural que motive a la familia y a la procreación.El problema, dicen, residiría en el sentido que le da a la vida el hombre contemporáneo.
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