No tratar a las personas como si fuesen objetos
La auténtica convivencia humana supone reciprocidad y respeto mutuo entre personas. Sin embargo, la experiencia cotidiana suele estar signada por una relación de dominancia de unos sobre otros.Hace poco el escritor Sergio Sinay llamó la atención sobre cómo la cultura del consumo -caracterizada por un concepto instrumental del consumidor o usuario- puede contaminar el resto de las relaciones humanas.En este sentido, aclara, no es lo mismo fundar la sociabilidad sobre relaciones de "sujeto a sujeto", en términos de diversidades que se respetan y complementan, a que se privilegien vínculos de "sujeto a objeto".Allí se juega la calidad de las relaciones interpersonales y la ética de la sociedad. Ver a la otra persona como un "tú", reconocerla en sí misma, en su plena dimensión personal, obliga a un trato respetuoso e igualitario.Ahora bien, la alteridad se corrompe cuando la otra persona deja de serlo y queda rebajada a una cosa o instrumento, como una pala o un martillo. Es allí, entonces, que tiene lugar la manipulación o el uso en la relación.Las dimensiones en que se puede verificar este rebajamiento humano son muchas. La política, especialmente, es un campo en el cual el ciudadano, sujeto de derecho, puede ser usado como siervo o simple objeto.Las relaciones "clientelares" que establece el Estado implican, justamente, un trato en el cual se tiene de rehenes a personas necesitadas, devenidas en blanco de manipulación del gobernante de turno.La degradación se ve también en nuestra condición de usuarios y consumidores de bienes y servicios. ¿Quién en este plano no ha sufrido un trato desconsiderado?¿Quién como cliente no se ha sentido "usado", utilizado como un "medio", destratado como persona? Quizá en ningún otro plano de la vida aparezcan tan claramente manifiestas las relaciones de manipulación como en éste."El usuario es seducido y abandonado. Seducido en el momento de venderle. En ese momento, lo llamarán por su nombre, como si el vendedor fuera un viejo amigo", comenta Sinay."Pero será abandonado del modo más cruel e irrespetuoso en el momento en que necesita asesoramiento, soporte técnico, compensaciones, servicio. Entonces, perderá su nombre, volverá a ser un número, y a los números no se les responde", refiere el escritor.En esta lúcida descripción es fácil ver cómo la lógica utilitaria, de conveniencia, preside el trato entre entes o empresas y personas en su categoría de usuarios.Sinay se pregunta en qué medida esta relación entre "usadores y usados" no ha colonizado el resto de los vínculos que predominan en la sociedad. Porque en principio las personas, en cuanto tales, no pueden ser asimiladas a números de cliente, de cuenta o de gestión.Por otro lado, "la calidad de vida real, de vida útil, de vida con sentido de una sociedad no se mide por la cantidad de servicios o bienes consumidos, sino por el tipo de relaciones humanas que se dan en su seno", explica.Un tipo de relación que debe estar impregnada "por el respeto a la humanidad del otro, por la cooperación, la empatía y el contenido moral de los vínculos entre las personas, tanto de la pareja, la familia, la escuela, el deporte, los medios y la política como en los negocios", declara.En estos casos quizá debamos recordar aquella máxima moral que dice: "No hagas al otro lo que no quieras que te hagan a ti". Así como no nos gusta que nos traten como una cosa, pues entonces no devolvamos el mismo trato.De lo que se trata es de no perder de vista que el otro es un igual, un "tú" que posee la misma dignidad que yo, y que no quiere y no debe ser tratado como un medio para mis fines.
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