Nuestra educación en el tobogán
Hay que hablar de educación, cuestión prioritaria que nos concierne a todos, sin excepción. El comienzo del período lectivo es momento propicio para debatir.Mario Alarcón MuñizEl gobierno provincial ha convocado para mañana a los gremios docentes, a fin de formularles una nueva propuesta de recomposición salarial. Días más, días menos, cabe suponer que el problema se solucionará y las escuelas funcionarán normalmente tras haberse perdido algunos días de clases.De esto ya tenemos experiencia. Por eso no se entiende el motivo de reiterar la discusión salarial todos los años a esta altura del almanaque, introduciendo en la vida social una alteración innecesaria que se evitaría si el asunto se discutiera con anticipación.Cuestiones de tal carácter no hablan bien de nuestros gobernantes. Tampoco de nuestros legisladores. El buen político se distingue cuando se adelanta a los hechos y los advierte y previene a tiempo.Desde octubre hasta diciembre estuvo en la Legislatura el proyecto de presupuesto 2013 y nadie vislumbró que a principios de año se plantearía el problema de los sueldos docentes y en general de los trabajadores estatales, obligando a rechazar demandas -acción de resultados impredecibles- o a corregir cifras. No hace falta cursar en Harvard para darse cuenta de estas cosas. Además, es lo que ocurre apenas a dos meses y días de haberse aprobado el presupuesto.Participación ausenteEl mencionado es uno de los tantos signos de nuestra decadencia política, que entre otras cosas se observa al dejarle el terreno libre al gobierno; mejor dicho al Poder Ejecutivo, como si se tratara de asuntos ajenos.En el caso específico del conflicto gobierno-docentes, los legisladores miran desde la platea. Nadie interviene. Ni un pálido intento de mediación, ni una idea feliz o al menos salvadora de la circunstancia. Nada. Delicada versión del clásico nacional "no te metás".Para aliviar de pesares a quienes hoy desempeñan funciones legislativas, es menester recordar que en períodos anteriores recientes el panorama era similar. Me cuesta hablar de indiferencia porque no me consta.Pero se le parece. Tanto como la indiferencia de la mayoría de los padres ante los problemas que presentan la educación de sus hijos y el deterioro de la calidad educativa, referido el domingo pasado en esta columna.No es suficiente que los padres se quejen. Antes de cualquier protesta -siempre respetable- conviene acercarse a la escuela, intentar en lo posible compartir el ámbito educativo con los docentes, plantear dudas, aportar ideas, formular sugerencias, en definitiva participar. Son muy escasos los padres que lo hacen, generalmente a través de la sociedad cooperadora. Y punto. Los demás, ausentes, lejanos, extraños.Proyectos y ensayosNo ha de ser casualidad que los países del mundo de mejor calidad educativa -según el juicio de quienes estos temas profundizan, como el pedagogo español Javier Melgarejo- son aquellos que logran coordinar la familia y la escuela en un trabajo conjunto.Desde hace años se habla de reforma educativa y se analizan ciertas variantes -por lo general superficiales o aleatorias-, pero la relación familia-escuela se soslaya. Suelen tratarlo, junto a otros aspectos educativos, entidades privadas como la Asociación Civil Proyecto Educar 2050 o gremiales, tal el caso de Ctera y CTA que anualmente organizan congresos pedagógicos. El gobierno todavía no llegó.En rigor, la última intervención oficial importante fue lamentable. La produjo Menem en 1993 bajo el pomposo nombre de Reforma Educativa. El modelo ya había fracasado en España. Sin embargo, a sabiendas de ese contraste se lo impuso y terminó acentuando el retroceso. Debilitó la educación secundaria al transferirla a las provincias sin los fondos para su sostenimiento y relegó la enseñanza técnica.En procura de recuperar esta última se promulgó en 2005 la ley 26.058 que algunos resultados favorables ha registrado, a juicio de los entendidos. Al año siguiente, la ley 26.206 asignó a la política educativa el 6% del PBI, es decir el mayor volumen de recursos estatales en relación con la producción, que se haya destinado a la educación, al menos en el último medio siglo.El problema entonces, no es económico. Sucede, como en otros aspectos de la vida nacional, que a esos fondos hay que distribuirlos con criterio federal y equitativo, porque desde hace veinte años la educación primaria, secundaria y en algunos casos terciaria, está a cargo de las provincias.Ningún pase mágico El descenso del nivel educativo de la Argentina ya fue tema de esta página el domingo pasado con datos específicos. La actualidad de nuestro país indica que el 31% de los alumnos de primer grado llega al título secundario. Según investigaciones y estadísticas internacionales, el mejor sistema educativo de los últimos doce años en el mundo es el de Finlandia, donde ese índice de estudios secundarios trepa al 92%.No hay magia ni misterios en esto. El ya citado pedagogo Melgarejo explica en uno de sus trabajos la coordinación entre la familia, la escuela y los recursos socioculturales (bibliotecas, ludotecas, cines, etc.); la exigente preparación de los maestros (se supone, de paso, su satisfactoria remuneración); el alumno a cargo del mismo docente durante los seis años de la primaria; la permanencia en la escuela durante siete horas, incluyendo almuerzo, deportes y entretenimientos; la gratuidad de la enseñanza, los libros y el material educativo; en fin, una serie de experiencias para debatir.Las enumeradas pueden ser válidas o no. Cabe añadir otras. Pero de esto hay que hablar, sin perder tiempo. Entender que la educación está en el tobogán y es prioritaria, nos ayudará. A todos: gobernantes, legisladores, maestros, padres, entidades privadas, la comunidad en definitiva.
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