Otra versión española para entender la crisis
Angustiados por el desempleo y la recesión, algunos españoles empiezan a minimizar las explicaciones económicas y a atribuir la causa de las desventuras a la moral pública.Para ellos, por lo visto, resultan insuficientes las teorías en boga, sobre malhadadas burbujas inmobiliarias, el contagio de Grecia, la codicia de los banqueros, la inconsistencia del euro, la prima de riesgo, o los desajustes del capitalismo financiero.¿Y si el problema de España fuesen los vicios de la sociedad española, hasta aquí disimulados por una prosperidad ficticia? ¿Y si el ocaso de la economía tuviese anclaje antropológico, de suerte que sería un error echar la culpa a factores externos, y ajenos a la idiosincrasia de la población?En febrero pasado, el periodista y corresponsal español David Jiménez sentó la tesis de que España está como está porque devino en un país mediocre. Así dio a entender que la economía peninsular es un síntoma de una degradación ético-cultural anterior y más profunda.Esta versión de la crisis tiene la virtud de no recurrir a los trillados análisis técnicos. Más bien ahonda en los caracteres culturales, pintando una realidad que bien podría aplicarse a otras sociedades, incluso latinoamericanas.Por lo demás, es interesante ver la imagen que tienen algunos españoles de su propia colectividad. Según Jiménez ningún país alcanza el estatus de mediocre de la noche a la mañana, ni tampoco en tres o cuatro años."Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente", dice, al señalar que la mediocridad es tan omnipresente "que hemos terminado por aceptarla como estado natural de las cosas".Y añade: "Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan"."Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra -principalmente- basura", sostiene Jiménez.También lo es el "que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado", o que "no tiene una sola universidad entre las 100 mejores del mundo".La mediocridad está instalada "donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada".La sociedad está en problemas cuando la mediocridad, además, es "la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza".Por último, Jiménez habla de que la sociedad entra en decadencia cuando ha "permitido, fomentado, celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad".En Argentina, a principios del siglo XX, fue el sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros quien popularizó la idea de que existe un tipo de hombre mediocre, que esencialmente es de baja estatura moral e intelectual.Según Ingenieros, este tipo de persona, que ignora la excelencia, sigue la línea del menor esfuerzo y es fácilmente manipulada, puede ser hegemónica y dar la tónica a una sociedad y a una cultura.
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